Recuerdos

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Jane


Había sido un terrible despertar, entre un dolor de cabeza y mi estómago revuelto, tras una noche de beber sin parar. El alcohol se había convertido en mi mejor amigo desde hace varios meses, pues me hacía olvidar los recuerdos que invadían mi mente y aquellos sentimientos de tristezas que no podía controlar. Durante todo un año, intenté combatir ese trastorno de adaptación relacionado con el duelo del que hablaba mi psicólogo para superar la muerte de mi esposa, pero no pude, aquel sufrimiento era cada vez más intenso, más agobiante llevándome al borde del abismo.

Un abismo del que no podía salir, del que no podía huir, donde mi subconsciente se aferraba a algo que ya no existía. Cerré mis ojos para evitar que una lágrima saliera sin permiso, pero estaba tan inmersa en mis recuerdos, que no le preste atención a ese sonido que se generó en mi habitación. Sin embargo, el sonido era cada vez más intenso e insistente a tal punto, que me hizo levantar de la cama para ver quién era el causante de semejante alboroto, pero no imaginé que esa mañana, vería la silueta de Silvia.

—Necesito de tu ayuda —dijo, con cierta angustia.

—Habla un poco más bajo, por favor —coloqué mi mano derecha en la cabeza, como si ese gesto pudiera aminorar el dolor.

—Sé que no es un buen momento, considerando que hace dos días, Helen, cumplió un año de haber fallecido—me dedicó una mirada tierna—Pero justo ahora, necesito de tu ayuda —me mostró a ese bebé.

—¿De quién es ese niño? —pregunté, al mismo tiempo que la hice pasar, pues la luz lastimaba mis ojos.

—Es una niña, no un niño. Su nombre es Francy y es mi nieta—dejó aquel bolso que traía sobre el sofá—¿Crees que puedas cuidarla? Necesito regresar a la clínica para estar pendiente de mi hija —mencionó.

—Silvia, yo... —mi voz se congeló.

—Jane, no tengo con quien dejarla —dijo preocupada.

—Pero... —

No supe qué decir, no estaba preparada para cuidar a alguien tan pequeño y menos en la condición en la que me encontraba. Sin embargo, no podía dejar a Silvia en una situación como esa, no después de todo lo que había hecho por mí.

—Sé que lo harás bien—me dio a la pequeña para que yo la tomara entre mis brazos—En el bolso están sus pañales, su biberón y demás cosas que puedas necesitar —besó la frente de la pequeña.

—¿Pañales? —pronuncié.

Nunca había cogido a un recién nacido y mucho menos había sido responsable de un bebé, ¿Cómo iba a cambiar un pañal si no tenía la más mínima idea de cómo hacerlo? Tampoco tenía idea de usar esas toallitas, esas cremas y esas complicadas bandas adhesivas que tienen los pañales.

—Ya debo irme, cuídala mucho, por favor —expresó, antes de marcharse.

Mis ojos se enfocaron en esa carita angelical, observando cada una de sus facciones y por un momento, pensé en cómo hubiese sido el rostro de mi hija; si el destino, hubiese dejado que ella naciera. Moví mi cabeza de un lado a otro para dejar de pensar en el pasado y acaricié la mejilla de esa pequeña. Se veía tan hermosa, con sus cachetes redonditos y esa nariz respingona que provocaba comérsela a besos. Estuve un buen rato deleitándome con su piel suave y ese olor característico que suelen tener los recién nacidos hasta que la pequeña abrió sus ojitos.

—Hola, Francy—delineé su nariz—Hoy te voy a cuidar, espero te portes bien, mira que no tengo mucha experiencia cuidando a bebés tan lindos como tu —dije y ella sonrió, tal como si hubiese entendido lo que le había dicho.

Momentos "Mi segundo amor"Where stories live. Discover now