Un amanecer en los rascacielos

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Alondra


Esa mañana, me encontraba a la espera de que el cielo me permitiera ver la gama de colores que se desprenden por el horizonte, un verdadero espectáculo visual que amaba ver junto a mi hija cada que podíamos. Desde mi posición, podía admirar una hermosa panorámica de la ciudad y es que el mirador Top of the Rock, se ubicaba en lo alto del rascacielos Comcast, entre las plantas 67 y 70.

Estando allí, podía ver en primer plano al inolvidable Empire State Building, mientras que, en la parte norte de la ciudad, se visualizaba el Central Park y en medio de todos esos innumerables edificios, estaban las calles, las avenidas, las alcantarillas resoplando vapor, los letreros luminosos y los taxis amarillos que iban de un lugar a otro, palpitando a un ritmo incansable.

Vivir en la isla más exclusiva de Nueva York, era un sueño hecho realidad para cualquiera, aunque para mí no lo era, lo veía de lo más normal y a veces, llegaba a ser un poco agobiante, sobre todo si no estás acostumbrado a las grandes ciudades. Tiene sus ventajas y desventajas, vivir en la gran ciudad como en cualquier otro sitio, pero nada se comparaba con vivir en el barrio de Midtown, una de las zonas más interesantes, llenas de vida y de cosas que ver y por hacer en tiempo de turistas.

La ciudad en sí era muy ruidosa, no lo voy a negar, pero su gran ventaja es que aquí, nadie me iba a encontrar. Ese fue el objetivo principal por el que mis padres escogieron este lugar, no querían que aquella familia me encontrará y me hicieran daño de nuevo. En un principio, me costó adaptarme a este sitio, pero con el paso de los días, terminé amando los deliciosos bocaditos y la gran cúpula central decorada con las constelaciones del zodíaco en el vestíbulo principal de Grand Central.

Quizás desplazarse de un lugar a otro era toda una odisea, porque es muy probable que primero llegues andando que, en coche, sobre todo en horas pico, por lo que casi no me desplazaba en un vehículo, ya que me desesperaba ver como los peatones se adelantan, mientras que yo veía como el taxímetro iba corriendo.

—Lamento llegar tarde —expresó mi hija, al darme un capuchino.

—Déjame adivinar—le hice una inspección visual—¿Estuviste con tu novia? Porque a estas alturas, supongo que te has despedido de ella, ya que, dentro de unos meses, nos iremos del país —dije, al ingerir un poco de mi bebida.

—Mamá, te he dicho que no es mi novia —refutó.

—Tu chica de turno —contrataqué

—Tampoco, es una amiga con derechos—llevó aquel vaso a sus labios—Deberías saber que no yo tengo novias, solo chicas de turnos o conquistas esporádicas —me aclaró.

—Alguna vez el amor llegará a ti y te vas a arrepentir de jugar con otras chicas —dije, al mirar el horizonte.

—Puede que si o puede que no —se encogió de hombros.

—¿Por qué no crees en el amor? —pregunté.

A sabiendas de que hace mucho me había dado esa respuesta, pero era injusto que se negara a sentir algo que es tan bonito, un sentimiento que llega a ti en el momento más indicado, pero no planeado.

—El amor puede generar mucho dolor y tú más que nadie deberías saberlo —dijo, sin tan siquiera mirarme.

Pero algo dentro de mí, me decía que había algo más de fondo, algo que no se atrevía a expresarme. La cuestión era, ¿Qué será?

—Hija, amar no duele, lo que duele es el desamor —intenté explicarle.

—¿Y qué hay del dolor que las personas te pueden causar? Porque vamos, las personas a quien más amamos son las que más te hacen daño —refutó, con su mirada perdida en el horizonte.

Momentos "Mi segundo amor"Where stories live. Discover now