Un día de cine y algo más

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Alondra


—¿Usted vendrá a darnos clase mañana? —escuché a un pequeño de ojos marrones, que se acercó mientras guardaba mis cosas en la maleta.

—Me encantaría, pero no puedo, ustedes ya tienen a un profesor asignado —respondí, al ver que otros niños se acercaban.

—¿Y por qué no? —investigó el mismo niño de ojos marrones.

—Porque hoy solo vine a cumplir una suplencia y su profesor, se integrará mañana —dije, pero él no pareció tan convencido.

—No me parece, a mí me gusta más su manera de explicar y quisiera que nos siga dando clases —insistió.

—Me encantaría hacerlo, pero yo no dictó las reglas en la institución —dije con pesar.

Se notaba que esos chiquillos querían si o si, continuar con mis clases y aunque adoraba enseñar, era algo que se me escapaba de las manos.

—Espero realicé otra suplencia, pues me encantaría seguir aprendiendo con usted —comentó una pequeña de cabello negro.

—Para mí, sería todo un honor, es la primera vez que me topo con unos niños tan entusiastas y colaboradores —comenté.

—Nosotros estaríamos encantados de tenerla a usted cómo profesora —apremió aquel niño de ojos marrones.

—Vaya, me siento muy halagada con ese comentario—pronuncié con una leve sonrisa—Bueno, me encantaría seguir charlando, pero es hora de irme y ustedes deben seguir con sus clases —expresé, al mismo tiempo que me dirigía a la puerta.

—Hasta luego, profesora Alondra, espero vuelva pronto —expresaron todos en un coro.

Les regalé una sonrisa a modo de cortesía y con esa imagen de todos sentados en sus puestos, salí del salón, con la intención de merodear la institución. Mientras caminaba por esos largos pasillos, pensaba en Jane. En esa mujer de ojos cafés y piel trigueña, que guardó silencio ante mi invitación. Jamás imaginé que algo tan sencillo como decir un sí o un no, pudiera convertirse en algo tan frustrante para mí.

Es como quedarse en el limbo, sin saber qué hacer, ni a dónde ir, solo te queda la incertidumbre de saber qué hiciste algo mal, pero sin tener idea de que fue. Moví mi cabeza de un lado a otro e intenté centrar mi atención en el camino, pero me era difícil, porque a cada paso que daba, pensaba en esa mirada triste que lograba ver en Jane y deseaba desesperadamente conocer un poco más de su personalidad reservada, aunque cada día que pasaba, lo veía más difícil.

No solo por el hecho de que casi no nos veíamos, sino que también, me era difícil tener un momento para conversar con ella, tal como si fuéramos las mejores amigas, porque vamos que no lo era, si a duras penas, éramos unas simples conocidas. Suspiré con la intención de calmar mi mente y cuando pensé que estaba por dejar atrás las personas que me rodeaban, detuve mi andar en la plazoleta para escuchar a un grupo de jóvenes que tocaban sus instrumentos.

Había dos chicas con guitarras, un niño en la batería y una en el centro, tarareando alguna canción que tal vez, sea de su autoría. Una imagen que me trajo recuerdos de antaño, de cuando era una estudiante como ellos y tocaba alguna melodía junto a Zoe. Sin embargo, no me quedé por mucho tiempo, pues necesitaba ir a un entorno natural para despejar mi mente y porque no, practicar lo que una vez Jane, me comentó "Pensar en la inmortalidad del cangrejo".

Caminé a paso lento por ese piso de ladrillos de un color naranja, inmersa en cada figura rectangular, figuras que estaban rodeadas por pequeños arbustos, tal como si se tratase de un jardín colorido donde puedes sentarte a descansar luego de un día agotador. No sé por cuánto tiempo caminé, pero si recuerdo que luego de andar un rato por esos elementos naturales y ver aquellos horizontes lejanos, logré sentarme sobre una pequeña banca de concreto.

Momentos "Mi segundo amor"Where stories live. Discover now