Preferencias

17 0 0
                                    


Leila


Hace mucho, el término "Maternidad" era algo que me quitaba el sueño, pues nunca me pasó por la cabeza ser madre o tan siquiera sentir que alguien o algo, crecía dentro de mí. Pero no me malentiendan, mi renuencia a ese término, no se debía a qué esa personita me fuese a dar dolores de cabeza, sino que tenía miedo de repetir los errores que cometieron mis padres.

No quería que pasara el mismo trabajo que yo pasé, ni que se afrontará a la misma desilusión a la que fui expuesta. Era mi manera de proteger a esa criatura que ni siquiera había nacido aún y aunque mi esposa no lo entendía de esa manera, no pude quitarle la ilusión de cumplir su mayor sueño.

—Cariño, ¿Estás bien? —preguntó, desde su posición.

Dejé de mirar el suelo para enfocarme en la mujer que tenía frente a mí, se veía tan adorable amamantando a nuestra hija, que no pude evitar que una sonrisa tonta se me formara en el rostro.

—Desde ayer, estás algo distraída, ¿Sucedió algo en el trabajo? —continúo con su interrogatorio.

—Estoy bien, cariño, solo estoy algo cansada —dije, porque de cierto modo era así, aunque mi lado distraído se debía porque estaba recordando cosas.

—No te creo —me miró desconfiada.

Adoraba cuando actuaba con recelo, pues era consciente que no había otra persona que me conociera mejor que mi esposa y aunque no quisiera expresarle el motivo por el que estaba distraída, no se enojaba o me trataba con indiferencia.

—¿Ha puesto a que tú si me crees? —dije, al acercarme y dejar un beso en la frente de mi hija.

Mas no imaginé, que la pequeña Julieth abriría sus ojos, tal como si estuviese comprobando la veracidad de mis palabras.

—Creo que alguien ya reconoce la voz de su mami —expresó mi esposa y yo le di un beso en los labios.

—Qué hermosa es —dije, al acariciar su mejilla.

Mientras contemplaba como cerraba los ojitos y mantenía una manito sobre el pecho de mi esposa, tal como si no quisiera que se le escapara su comida. De repente, deseé que todos los aspectos de mi vida hubiesen sido diferentes para que fuese yo, la que estuviese disfrutando de la experiencia de amamantar a mi hija.

—¿Segura estás bien? —insistió mi esposa.

—Que sí, ¿Por qué lo dudas? —expresé, al mirarla.

—Nuestro pequeño Andrés, comenzó a llorar y no te has dado cuenta —dijo, de manera cariñosa.

—Oh sí, voy por él —pronuncié, al dejar el recinto.

Como los mellizos no podían escuchar que uno de los dos lloraba porque despertaba al otro o se unía al llanto, mi esposa y yo optamos por crear una habitación contigua que nos permitiera estar más alerta, ya que, en sus primeros días, nos volvían locas con tantas cosas por hacer.

Y es que antes de ser mamá, nunca imaginé que me iba a involucrar tanto en conocer e investigar sobre el crecimiento y desarrollo de mi bebé, así como aprendería a identificar los tipos de llanto que ellos generan para que uno le prestara atención.

—Pequeñín, ¿Has tenido una pesadilla? —dije, al cogerlo entre mis brazos.

El aroma de mi bebé, mezclado con el olor a talco y jabón, me hizo recordar a la primera vez que cargue a Julieth entre mis brazos. Era tan pequeña, tan frágil que tuve miedo de romperla, pero entre mi temor y emoción, entendí que alguien tan pequeño podía robar mi corazón.

Momentos "Mi segundo amor"Where stories live. Discover now