Pueblerino

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Pasaban de las cinco de la tarde cuando un muchacho de larga melena negra, casi de veinte años, corría alegre por entre la maleza de un pequeño campo de siembra, al lado de una vieja carretera.

Era un pueblerino, como le dirían por ahí, su nombre: Suguru Geto.

Llegó a casa luego de un rato, o más bien, a una pequeña choza con un débil techo de lámina que quedaba resguardada entre los árboles y un caminito de tierra trazado por los burros de los agüeros. Tras empujar un pedazo de madera gruesa que le hacía de puerta al pequeño hogar, entró gritando por lo alto llamando a su madre, feliz por haber conseguido trabajo.

Feliz de que por fin iría a la ciudad.


—¡En serio amá! ¡Allá hay trabajo!

Ese mismo día por la mañana, a la hora que el sol pega más fuerte, se encontraba en el campo arando las tierras de su padre cuando un hombre altísimo, pelinegro y con una extraña cicatriz en la boca se le había acercado para ofrecerle la "oferta que no podía rechazar".



El sueño de cualquier pueblerino.


«Estamos reclutando muchachos fuertes. ¿Tienes alguna experiencia en la ciudad?»



La verdad era que el tipo le daba mala espina, pero igual la paga no sonaba tan mala, y quizá, podría comprar algún terreno cerca de la ciudad en algún momento. Quizá podría tener una mejor vida.

O quizá no, pero igual no se sabía.



Su madre asustada le quiso quitar esa idea de la cabeza. La ciudad no era buena, y menos para gente como ellos.

No era buena para pueblerinos como ellos.


—Podrían aprovecharse de tí mijo

¡Pero ya era demasiado tarde!

Al anochecer, fue a dormir sabiendo que al día siguiente antes de que el sol saliera, él ya estaría de camino a la ciudad.

Y así fue.






Todo fue muy rápido, en verdad, demasiado.


Esa mañana, o más bien madrugada, hacía un frío brutal. Las manos adormecidas y sus nervios no fueron suficientes para que cayera en cuenta de lo que estaba a punto de hacer: irse de su pueblo a la ciudad.

¡Dios no sentía ni las orejas!


—¿Estás seguro? Suguru, apenas ayer eras un campesino, y hoy, ¿te vas así de la nada? —Le dijo su madre que apenas a esas horas despertaba.

No quería decirle, pero ella ya había estado allá. Y la verdad, era que a Suguru no le esperaba nada más que sufrimiento si quería ir a la ciudad.
Pero entendía que a pesar de ello Suguru era un hombre, ya no era más un niño, podía hacer lo que viera más conveniente para él.



—Estaré bien amá, se lo prometo



Lamentablemente ya no era un niño.


—Cuídate, ¿sí?



Eso fue lo último que oyó de los labios agrietados de su madre después de un cálido abrazo. Le dió la espalda y se dispuso a ir a ese mismo lugar, a un lado de la carretera donde se había encontrado con aquel sujeto.

«¡Bien! te veré por acá antes del amanecer»

No llevaba nada más que la ropa que traía puesta: una chaqueta afelpada de cuadros junto con un suéter agujereado por el tiempo; y unos pantalones de mezclilla holgados a los que se les colaba el frío.

¡Dios, el maldito frío!


A la distancia, entre la oscuridad de la madrugada pudo ver un par de luces estacionadas, escondidas en la oscuridad entre rechinidos, al parecer de un camión de carga, cómo esos dónde llevan a las vacas, con un montón de otros chicos que platicaban a susurros entre sí, vestidos cómo él, luciendo parecidos a él, con las mismas esperanzas de llegar que él.

También eran campesinos.

Cómo pudo subió al extraño vehículo por ordenes de un tipo negro. Mientras tanto, el motor encendía y  sonando de fondo —seguramente por el conductor— una bocina con música, a su parecer cumbias, intentaba amenizar el frío y el próximo viaje.

Entre los muchos chicos que ahí se encontraban, notó a uno con los ánimos bajos, pues no apartaba la mirada del suelo, y estaba sentado hecho bolita. Era pelirosa y en su rostro parecía tener algo negro. Rapidamente, al entrar al camino de carretera, las luces de otros autos le iluminaron; tenía la cara tatuada, pero intentaba cubrirsela con una gorra de esas que daban los partidos cuando iban al pueblo a recolectar votos ilegales.

"PRI" decía el estampado de la gorra.


Intentó acercarse para intercambiar algunas palabras con el chico, sobretodo porque se sentía un poco solo al ver a todo el mundo platicando entre sí, mientras él se encontraba casi en la orilla de la las tablas de aquella camioneta, y el otro estaba cabizbajo mirando al suelo.

Cómo pudo se acercó, empujando o avisando que pasaría.

—¿Qué onda? —intentó hablarle, un poquito tímido.






Él lo vió desde su posición, denotando algo de amargura.

—¿Qué tal? — respondió seco.


Nunca lo había visto en el pueblo, aunque tampoco socializaba mucho.


Pero a ver, ¿Un tipo con la jeta tatuada pasaría desapercibido?




Pero se veía triste.

—¿Por qué tan agüitado?

La camioneta pasó por un pequeño bache, haciéndolos rebotar. Mientras tanto la tripulación reía.



—Creo que perdí a mi hermano

«Vaya, mejor ni me hubiera acercado» pensó.




—¿Cómo es él? ¿Ustedes son de por acá? o bueno bueno, ante todo —este se sentó a su lado, mientras los demás muchachos gritaban fuerte «¡Ya va a amanecer!» haciendo demasiado ruido junto al motor viejo de aquella camioneta, por lo cuál, el pelinegro tuvo que subir un poco el tono de su voz:—¡Me llamo Suguru!





—Sukuna, ¡me llamo Sukuna!












∆∆∆

NO MAMESSS SUGURUUUU




Bueno ya jaj, bienvenidos a todos a esta historia chota llena de modismos mexicanos, cosas geis y situaciones para reír (sobre todo pena ajena)


No sean tímidos y si tienen alguna duda con el vocabulario, aquí mero voy a andar respondiendo

Y ya con cualquier cosa que comenten soy feliz






J o d e r              


                              Suguru es un papucho







Voten y todo porfa, se les quiereee

| En La Obra | ] SatoSugu [Where stories live. Discover now