Serenata

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—¡Es ahí donde entras tú, Suguru! No te preocupes por lo demás que acá te cubrimos, ¿ok?





Todo fue un completo desastre. ¿Razones? Había muchas, pero una de ellas fue que luego de apuntarle con un arma al cajero del Oxxo, bajarle novecientos pesos, correr como idiotas entre las calles de Garibaldi hacía la maldita pensión para que al final terminara por conducir Sukuna —quien casi los mata en el proceso— y que montaran en el bocho como a seis mariachis, todos amontonados en el carro como sardinas, hizo que acabara por completarse la proposición de Yuuji por ir a hacer el ridículo en plena obra.



Era oficial, Suguru Geto ya no tenía dignidad.

Y ni hablar de lo que pasó en el camino de regreso, dónde nada más no habían estirado la pata por obra de Dios. Resulta que a Sukuna se le había ocurrido la brillante idea de tomar un atajo, pero fue todo lo contrario a "atajo" cuando era más sencillo ir por la avenida principal.
No era ninguna exageración, cruzaron media ciudad y en ello, a Suguru le tocó ir al lado de Yuuji quien venía hablando puras chingaderas e invadió su espacio personal. Yu por otro lado estaba sentado en el techo del carro, atado con una cuerda súper gruesa que servía para volar costales de cemento en pisos que aún tenían escaleras inestables.


Sukuna había convencido a Suguru de ayudarlo a atar al pelinegro junto a los instrumentos en el techo porque no había más espacio en los asientos. A esas alturas Geto ya estaba resignado, pero lo que no se imaginó, fue que una patrulla los viera circular con Haibara en el techo. Era más que obvio que alguien que se atreve a manejar en estado de ebriedad, a asaltar un Oxxo y a atar a un chico de diecinueve años del techo de un bocho no iba ni estaba bien de la cabeza, y tampoco iba a parar el vehículo cuando dos oficiales abordo de una patrulla le dictaran el alto.



« ¡Parense ahí hijos de la verga! »

Claro, si es que a eso le podemos llamar "marcar el alto".





Entre los derrapones, la quemada de llanta y las risas desenfrenadas de Haibara que seguía inmerso en la borrachera, Suguru ya había perdido toda esperanza de poder recoger algún pedacito de dignidad que quedara en el suelo. Todo lo contrario, la patrulla que iba hecha la madre y la sirena, junto con las luces rojas y azules que se reflejaban en el retrovisor le gritaban al oído que ya se rindiera a encontrar algo.


Los mariachis por otra parte iban bastante tranquilos repartiendo caballitos de mezcal charlando sobre el clima. Se notaba a kilómetros, a ellos no les importaba en lo absoluto estar en medio de una persecución, lo que hizo sentir a Geto fuera de lugar.



Al llegar, después de perder a los patrulleros y encontrar la maldita avenida central, habían llegado al fin a las afueras de la obra. Luego de bajarse, Suguru tuvo que pararse a un lado del bocho para respirar y asimilar todo lo que había pasado. Además de que no sentía medio cuerpo porque Yuuji se había sentado en sus piernas mientras le platicaba lo mucho que le alegraba que cada día faltaba menos para que Sukuna se hiciera de un local para su estudio de tatuajes y que él pudiera trabajar ahí.

Mencionando lo bien que se sentía al respecto, y que de paso, a Megumi también le estuviera yendo bien con Gojo y el resto de arquitectos.


Por primera vez en toda la noche, algo le había caído bien de Yuuji.



—Puta madre, Sukuna...—Reclamó el pelirosa.—...conduces como pinche microbusero.



—Yuuji, ya cállate ¿sí?

Al llegar, luego de que Yuuji bajara, Suguru tuvo que reponer el aliento, y de paso, esperar recargado sobre la cajuela del bocho en lo que sus órganos se acomodaban de la zangoloteada que se había ido a buscar al subirse a ese pinche carro en lo que desataban a Yu y lo ayudaban a bajarse.

| En La Obra | ] SatoSugu [Where stories live. Discover now