Metiches

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—Es hijo de un viejo conocido de los Kamo... Según creo, era un empresario pero acabó por casarse con una campesina y comprar los terrenos de los alrededores de la carretera Norte. Ah, y en eso, de repente se desapareció, y dejó a la mujer sola con el chamaco



—Bien bien, puedes retirarte, Ijichi



Shoko y Utahime habían llegado de retache a la obra luego de enterarse, gracias a un telefonazo de Toji, que estaban a punto de clausurarla.
Cuando llegaron y se estacionaron —sí es que con estacionar nos referimos a derrapar a lo "rápidos y furiosos" a media calle, quemar llanta y casi chocar con un poste— a las afueras del complejo, ya todo estaba muy calmado; eran las cinco y media en un viernes común y para cuando entraron se toparon con uno de los obreros corriendo despavorido por las escaleras recién modeladas del enorme edificio. Parecía avergonzado, y ya con tan solo verlo se daban la idea de lo que había sucedido.




Al pasar al segundo piso se encontraron a Gojo viendo por el retablo de la invisible ventana, idiotizado. Iori le dió un leve codazo a la castaña y la llamó murmurando a qué le dijera algo, pues era su principal socia.

Ella solo le susurró que ya no le interesaba, y que necesitaba un cigarrillo mientras fijaba su mirada aburrida al techo de cemento, recibiendo un siseo molesto de la otra quien inmediatamente comenzó a regañar a Gojo por sus estupideces; el albino al voltear de su trance algo desubicado solo le sacó la lengua y le pidió con arrogancia que no le llamara "campesino de mierda" a Suguru.




—¡¿Y a mí qué me importa su nombre maldita sea?! ¡Sé conciente carajo!





—¡Debería por qué Suguru no es ningún muerto de hambre! Es más, podría ser un gran empresario por instinto




Y fue ahí que el olor del cigarrillo comenzó a inundar el desértico segundo piso; Ijichi, uno de los secretarios del estudio de Satoru, llamó y entró al piso explicando los orígenes de un tal Suguru.
Utahime se pasó por la borda todo lo que dijo el flacucho tronando la lengua, Shoko agitaba de vez en cuando el tabaco y buscaba hacer círculos con el humo gris en lo que su novia y el idiota de su amigo acababan de desgreñarse.


El de lentes, en cuanto terminó de hablar, salió corriendo de ahí paniqueado, casi de puntitas.




—¡Ahora resulta! No digas estupideces solo por una calentura Gojo






Los otros dos abrieron los ojos a más no poder.



Shoko tosió de repente el humo, ahogándose con su saliva haciendo un escándalo para llamar la atención de Iori. Satoru solo se le quedó viendo con disgusto y el ambiente comenzó a tensarse. Debía haber imaginado que las cosas se pondrían así desde que subió al auto con la pelinegra.


Bueno, con eso de que Utahime no podía ni ver en pintura a Gojo...




—¡Si bueno, yo creo que ya nos vamos! —Se llevó a rastras a la chica escaleras abajo, recibiendo quejas, como si quisiera quedarse para discutir más.—¡Te veo luego idiota!


Para la siguiente que quisieran clausurar la obra dejaría a Utahime en el estudio.






—Ahí se ven... —Satoru solo sacudió la mano despidiéndose de espaldas.






Se quedó un momento ahí devolviendo la vista a la ventana en dónde la altura no era tan prominente como en el piso donde se había instalado, eso sí. Pero alcanzaba a distinguir mejor el ambiente.



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