Asalto al Oxxo

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Preguntarle a Sukuna de dónde carajos había sacado un bocho para ir a Garibaldi era como preguntarle a un cobrador de Coppel si se podía dar la vuelta más tardecito:

Una pendejada total.



De camino al lugar, entre el tráfico y las fallas del vehículo de dudosa procedencia, Suguru no hizo nada más que recordar todo lo sucedido luego de que Yuuji y Yu tomaran la dichosa foto del beso con el patrón. Siempre con mala cara. Acordándose también, que, de hecho, el pequeño viaje en el que estaba embarcado fue motivado por eso.


Luego del “incidente”, Gojo rió bajito con una sonrisita boba, tomando de las mejillas a Geto. Y él intentó taparse la cara porque estaba que se le caía de vergüenza. El albino pedía que se descubriera, que no tenía nada de malo porque él no se sentía avergonzado, que más bien, se sentía afortunado de ser correspondido.

Eso hizo que dejara un poquito de lado su inseguridad.

Yuuji subió pasados cuatro días luego de tomar la foto, –la cual por cierto, ya estaba en boca de todos— para intentar convencer a Geto de bajar porque querían irse de pinta con él. Una excusa bastante estúpida porque Suguru ya sabía lo que tenían entre manos.

Al final solo terminó aceptando su desgracia. Era un hecho y ya no podía negarlo aunque quisiera, Gojo le gustaba y él le gustaba a Gojo así que no había más remedio que tener que vivir con ello ante los demás muchachos en la obra.



«¡Lista actualizada de estupideces que ha cometido Suguru Geto los últimos días! ¡La número dos:
Darle un beso al patrón!»





Esa misma tarde, Yuuji preguntó bastante alegre si era que ya tenían algo oficial, a lo que Satoru respondió que no era necesario y Suguru solo quiso enterrar al pelirosa cuarenta kilómetros bajo tierra, este último, siendo salvado de retache por Gojo, quien se despidió con un besito en la mejilla de Suguru, dejándolo algo avergonzado, pero feliz.




Ya cuando regresaron al nivel común, Sukuna y Yu llegaron a darles un abrazo grupal, diciendo:

«¡Ya no sacamos de trabajar!»

Mientras toda la obra murmuraba y se unía a la pequeña verbena haciendo incapié en la foto que tenía de fondo de pantalla Yu en el ex teléfono de Kento.




Suguru lo sabía ya; lo único que quedaba a esas alturas era resignarse.

—¡¿Y ahora qué?! —Se dirigió Yuuji a Geto, algo sarcástico, viendo su cara larga desde el asiento del copiloto, el cual se venía rasgando.—¡Ya alivianate Sugus! Se me hace que un pulque te caerá rete bien.





Y Haibara, como ya era costumbre, se metía en conversación ajena:

—¡Ay si, yo quiero uno porfa!




—¡Pues qué mejor! —Gritó Sukuna, arreglando uno de los retrovisores mientras se burlaba de un motociclista.—Quien no tome va a manejar de regreso.



Todas las miradas recayeron en Suguru.




Más tarde, cuando por fin llegaron al sitio, las cosas comenzaron a ir mejor. Sukuna metió el bocho en una pensión barata y Yuuji se encargó de platicarle a los pelinegros sobre la primera vez que fue a Garibaldi, cuando tenía unos trece. Yu por otro lado contó que sí había escuchado hablar de esa parte de la ciudad, pero que, con eso de que al lado estaba el barrio bravo, prefería no pasarse por esos lares.

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