Estampida

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Ya era por demás conocido que Suguru no tenía a quien decirle sobre los miedos o vergüenzas diarias que sufría a costa de sus propias decisiones; en ese caso, solía sacar temas al aire con Yu cuando estaban a punto de terminar resanes o pegar mosaicos, pero era él el que siempre terminaba por robarle la palabra para contar alguna anécdota chistosa de cuando trabajó con los Zen'in, o de lo que veía en su día a día antes de conocerlo.

«La neta que sí mi Suguru...Odiaba al pinche oxigenado ése ¡Era mamón y lo que le seguía!»





Y con Sukuna pasaba algo similar... Pero solo cuando venía borracho.

Así como esa vez.





¡Ja! El otro día...


Era un martes y, en la obra, todo estaba relativamente más calmado que de costumbre. A costa de la levantada a base de jícarazos con agua fría para despertar en punto a las seis de la mañana, el frío y la oscuridad de la madrugada era iluminada por el alumbrado público que se colaba por la barrera de láminas de aluminio y barricadas de madera alrededor de toda la obra, cómo en un día común.

Pero pasó que todos estaban concentrados en el centro del corporativo –el cual estaba dividido entre el enorme edificio y el espacio que se planeaba como un jardín elegante– balbuceando cosas o simplemente haciendo un bostezo colectivo durante una hora seguida. Cómo una aburrida y gigantesca junta.


Hasta que...



—¡A la mierda! ¡A la mierda! ¡Escuchen bola de tarados! —Gritó el ya conocido Toji a todo pulmón encima de un par de tabiques, sonando de forma molesta un par de cazuelas para llamar la atención entre el tumulto. No lo parecía y es que en realidad Toji no era tan alto como aparentaba.
—¡El wey que nos distribuye el material estuvo a un pelo de hacer un genocidio a mitad de carretera con el cemento y los azulejos para los pisos diez y nueve!

«¿Que qué que qué? » se escuchó de parte de todos los muchachos.



—¡Escuchen bien, lo que pasará será que-




—¡A LA VERGA! –Exclamó Yuta de la nada, llamando la atención de todos dando un pequeño salto:—¡Día libre hijos de su madre!




Y así, en resumen, fue cómo todo se salió de control a las siete de la mañana en un martes, a la mitad de semana, con trabajo pendiente.

El colectivo se separó en cachos. Literalmente todos salieron corriendo como cucarachas a dónde se podía y como se podía, pasándose por el culo la cara de enfado de Toji y las órdenes de los distintos encargados de obra que solo podían ver el desastre que se les salía de las manos.
Y sí, ya no era sorpresa, pero igual valía la pena destacar que entre los "desertores" se encontraba Yuuji, quién aprovechó desde tempranito para darse su correspondiente escapada con Megumi, a tientas de que Toji estaba que echaba humo porque todos le estaban dando el avión a lo que decía.

No pasaron ni cinco minutos y Suguru se había quedado parado cómo poste enmedio de una obra semi-vacía.
Yu se había quedado con él durante un rato, sentados a un ladito de las escaleras bajitas que servían de entrada al corporativo a la espera de saber algo del resto, porque desde que amaneció Sukuna no había dado ni sus luces.

Un chingo de tiempo después...



Pronto llegó el medio día, algunos de los muchachos ya había regresado del escape, y prepararon algo de comer, sorprendiéndose porque las cosas aún no habían vuelto a la normalidad.
No tardaron en dar las dos y, para entonces, todos estaban echados boca arriba sobre el suelo de tierra y arena, viendo las nubes pesadas en el cielo contando alguna tontería pasando una botella de Coca-Cola vacía para asignar al próximo. Suguru reía, pasaba su turno entre bullas de: “¡Qué nos cuente, qué nos cuente!” porque realmente no tenía nada para contar, y, de a ratos, volteaba al edificio para ver si Satoru andaba de mirón en las alturas.

| En La Obra | ] SatoSugu [Donde viven las historias. Descúbrelo ahora