De tatuajes, piercings y ciudades

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El último sábado de paga fue algo diferente al habitual pues la mitad de los chicos que cobraban junto con Suguru al inicio habían desertado, además, las chicas de Toji tenían a Nanami de patas para arriba porque querían un aumento y estaban dispuestas a una huelga.




Sí, las razones eran varias.


Cuando dieron las cinco el viernes anterior, Suguru ya había ido a hablar nuevamente con Satoru sobre lo que haría, así que de alguna manera, todo estaba solucionado en ese campo; sin embargo, en el fondo, algo le decía que iba a extrañar mucho cada una de las cosas que sucedieron en esa obra, y las recordaría como un viejo vídeo, de esos, como los que grababa Yu en su Nokia.

Él no hizo un escándalo, pero Yuuji era quien estaba algo más sensible. Gracias a ello, Megumi terminó consolándolo con algo de vergüenza, ya que el pelirosa se le había ido a tirar al drama frente a las chicas y su padre, por lo que le dió falsos ánimos para que mejor se pusiera a trabajar porque su departamento no se pagaría solo.



Aunque, seguramente, Satoru terminaría regalándole uno.


Por otro lado, el último pago de Geto fue algo más emotivo que de costumbre. Nanami, que al principio solo lo miraba con curiosidad, solía preguntarle cómo iban las cosas cada que se veían las caras en ese diminuto segundo, en el que recibía su salario y él le dedicaba una sonrisa cuando la respuesta era afirmativa. Esa vez, el último sábado, cuando pasó a la mesa frente al rubio, solo dijo:



—Nos veremos luego, Geto Suguru.





El sobre entre sus manos estaba tan vacío como siempre, pero decidió que no lo abriría cómo era normal. Quizá lo haría hasta mucho tiempo después, cuando de verdad necesitara con urgencia de esos ciento cuarenta pesos.



El inicio de las nuevas etapas de la obra sería concluido en por lo menos mes y medio, cuando se hiciera el amueblado y se establecieran los servicios de electricidad. O bien, eso se suponía ya que, a razones de Gojo que ya estaba apuradísimo tratando de ver cómo administrar sus bienes junto a Kento para lograr sobornar al gobierno, las dos grandes familias con las que tenía rivalidad, los pagos a las muchachas y los peces gordos que querían verlo cinco kilómetros bajo tierra, estaba que quería que terminara en menos de un mes.


Pero esos por suerte no eran problemas mayores para alguien como Satoru, y menos para Suguru, que ahora tenía que ayudar a Sukuna a poner en forma el local que había comprado para su estudio de tatuajes.



Pensar que después de tanto, el pelirosa lograba conseguir sus metas era algo esperanzador, pero a la vez, un signo de lo bueno que era ahorrar y cerrar la boca de vez en cuando.

—¡¿Tanto te costó?!



—Pues sí, ¿que esperabas?—Era lunes, y Yuuji se había ido a buscar algunos mudanceros para llevar los muebles que habían sacado del tianguis gracias a Choso, que conocía bastantes ladrones a casa habitación.—¡Es la ciudad y además, una zona medio acomodada para que no vengan a asaltarme!



—¿Y también compraste los muebles?



—¡Claro que no!—Para el tatuado parecía un chiste.—Esos se los chingó Choso en un asalto... lo único que compre fueron las tintas y las máquinas para empezar.



A Suguru solo le quedaba reir porque era de esperarse. Pero no solo por eso, sino también porque recordaba cómo era que había ido a parar ahí por su culpa; sonriendo mientras terminaba de ordenar el cableado de los pedales y las máquinas, además de pequeños bocetos que Sukuna había enmarcado para que el local se viera algo más agraciado, junto a algunas visagras dónde quedaban la tintas. También le había tocado ayudar a pintar: era un local mediano que al principio se vió gigantesco. La sola experiencia le enchinó la piel al recordar lo parecido que era a las etapas dónde le tocó hacer lo mismo en la obra pero a menor escala.



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