Los honorables acendientes

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Gellert se levantó de la cama con ojos cansados, estaba arto de su situación, si tuviera un espejo de Oesed se vería así mismo fuera de su casa, en la cima de una hermosa cascada contemplando la belleza de las estrellas y el misterioso brillo de la luna, deseando conocer más haya de lo conocido y así poder ver más haya de lo visible, deseaba recorrer los paisajes que inspiraron los cuadros de la mansión Grindelwald, deseaba conocer los lugares ocultos del mundo mágico y llegar más lejos que cualquier persona antes de él, pero justo a hora se confirmaría con poder sentir la brisa chocando contra su cuerpo, poder sentir las frías gotas de lluvia cayendo en su rostro, poder admirar la belleza de lo cotidiano.

Cómo era la vida, alguien que siempre fue libre vendería su libertad por un buen precio pero alguien tan rico como yo lo daría todo por ser libre, la misma naturaleza humana nos dictaba que debíamos desear lo que nos faltaba y menospreciar lo que siempre tuvimos, en estos momentos de soledad angustiante me daba cuenta de que no tenía a nadie, los elfos domésticos solo eran sirvientes y no amigos, sus familiares solo eran retratos que guardaban ecos de almas que hace mucho dejaron este mundo, en este momento solo tenía un gato flojo y una varita vibrante, pero volviendo a sus antiguos pensamientos esto era mejor que nada, después de todo hay gente que no tenía ni siquiera un gato flojo o una varita que vibra debes en cuando.

Después de un tiempo el niño logro obtener la fuerza suficiente para levantarse e ir a tomar su comida en el antiguo y noble comedor de los Grindelwald, era curioso que todo aquí fuera noble y antiguo, Dios incluso el inodoro era noble y antiguo, podía entender por qué según Albus algunas familias de sangre pura eran tan extremistas que llegaba a ser ridículo, aunque podía admitir que la superioridad era una máscara buena para ocultar los secretos de un alma en pena.

Cómo sea la mejor forma de conservar mi frágil cordura era engañarme con un efecto placebo, básicamente iría a la noble y antigua sala de retratos de la noble y antigua casa de los Grindelwald... Espero que el antiguo y noble anillo de señoría no tenga buena legeremancia o definitivamente me va a patear el trasero por burlarme de la antigua y noble casa de los Grindelwald.

Tome al flojo gato sonriente y coloqué mi varita en un bolsillo de mi túnica para dirigirme a la sala de los retratos, una gran sala de almenos tres pisos de altura llena de retratos con mal humor, según dicen los elfos domésticos los  retratos antes estaban esparcidos por toda la casa pero mi padre los encontraba molestos así que usando su carisma logro que los retratos le dijeran como moverlos y bueno como resultado fueron arrojados en este cuarto que antes fue un simple armario, mi padre era un bribón sin vergüenza que se paseaba con orgullo en esta sala solo para presumir que el los había engañado, incluso cuando entré por primera vez empezaron a  enseñarme un lenguaje nuevo y aparentemente de mal gusto, hasta que notaron con intriga que me veía mucho más joven de lo que fui hace... Mucho tiempo.

–Saludos abuela Dorotea, espero que hayas tenido un buen día–, saludé cortésmente.

–Mmm, ¿Que quieres?–, refunfuño el retrato.

–¿Necesito tener un motivo para visitarte querida abuela?–.

–Ja, eres igual que tu padre, siempre con esa lengua plateada pero no me engañas chico, se que tramas algo–, se burló la bruja del retrato.

–Me alegra que me compares con mi padre, dicen que fue un gran mago–.

–Creo que terrible encaja más en su descripción–.

–Oh, porsupuesto, terrible pero grande, él solo consiguió un ejército y luchó contra más de la mitad de ministerios, según el propio Albus la Macusa sigue aun recuperándose desde que sus instalaciones fueron calcinadas–.

–¿Que sucede niño?, Generalmente no hablas de tu padre–.

–Puede que me sienta solo–.

–Podrías comprometerte, estoy seguro que habrá una sangre limpia digna de nuestro apellido en algún lugar de Europa–.

–No gracias, prefiero ser un alma libre–.

–¿Oh, pero no eres libre o si?–, la risa de la bruja se escuchó en por la habitación hasta que Gellert alzó su varita.

–¡Silencius!–, exclamó Gellert haciendo que la boca del retrato se cerrará, el joven mago dió media vuelta y salió de la sala, a hora recordaba por qué no venía a hablar con sus antepasados, bastardos crueles y burlones, entendía por qué su padre había quemado a la mayoría.

El chico entro frustrado a la cocina donde encontró a los elfos domésticos trabajando para hacer la comida, los vio y una sonrisa creció en su rostro, si no podía hablar con nadie entonces se aseguraría de no malgastar su tiempo haciendo nada, no cuándo podía practicar magia increíblemente complicada y con efectos secundarios dañinos en caso de hacerlo de forma errónea.

–¡Emir!–, exclamó Gellert.

–Si, mi señor–, contesto el elfo doméstico.

–Necesito que me traigas unas cuantas hojas de mandrágora–.

–Como ordene amo–.

El Heredero De Los Grindelwald Where stories live. Discover now