Escritor, ¡demente!

11 3 7
                                    


Los escritores lidiamos con
un centenar de incógnitas.
Entre una y otra,
es especialmente incómodo
preguntarse:
¿Por qué decidí escribir? ¿Soy bueno?
Sí, vivimos en busca de epifanías
que amenacen con impulsarnos
a la más sotisficada evolución.

No tengo respuestas concretas.
Yo escribo para todos
para uno,
y a veces, para nadie.

Creo una frase, verso o párrafo
con la certeza de encontrar
detalles sobre mí
que mi mente esconde.
¿Esto tiene alguna seguridad?
Lamento decir que no.
Sólo continúo,
lo hago una y otra vez
como si cortejar
a la incógnita
hasta que sucumba a mis pies
fuese una droga personal.

Escribir es una adicción,
alucinas con historias
recreadas en tú cabeza.
De pronto, tienes la imaginación de un demente y eso... eso sí que es excitante.
Eres todo un maestro del inicio, desarrollo, conflicto y desenlace.
Sin embargo, es tanta intensidad
que puedes decidir resguardarla
de aquellos ojos u oídos
que desprecien lo que amas
¡amar lo que escribes,
escribir sobre lo que amas!

Y, a la hora de volverte el personaje principal en el mundo real, los monólogos se atoran en tú garganta y esta imaginación se disipa, siendo reemplazada por uno de los dos instintos más básicos del ser humano: pelea o huida.

¿Pelear o huir?
La ventaja de ser el protagonista
es que todo
absolutamente todo
es posible.

Sin duda es mi definición de escritor.

Red 赤.

Por cada jodido latidoWhere stories live. Discover now