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—Debes prometerme una última cosa. 

La segunda chica alzó sus cejas, buscando alguna señal en el rostro de su compañera que le indicara a qué se refería. 

—Te… escucho —susurró como respuesta, no muy convencida. 

Ante la pequeña afirmativa, la rubia caminó hasta el escritorio de su habitación y tomó entre sus dedos una pila de papeles. Los miró con intensidad durante un par de segundos, luego se los tendió a su amiga. 

—Toda buena historia necesita un final digno. Y aunque podría inventarme uno... 

La pelinegra creyó sentir los engranajes de su cabeza funcionar. 

—¿Quieres que yo escriba el final? —adivinó. 

La sonrisa en la cara de la primera fue de labios apretados, tal vez con culpa. 

—¿Podrías con esa carga? 

—Puedo intentarlo —. Miró el título del borrador en sus manos —. Aunque debo advertirte que no soy muy creativa. 

—¿Otra vez negando tus capacidades artísticas? Creí que habíamos dejado esa parte clara. 

Ambas tuvieron su propia serie de recuerdos. 

—Al menos no en este ámbito —reconoció la de ojos oscuros —. Las palabras siempre han sido tu fuerte, no el mío. Si lo hago, el final de tu novela no será como el de los otros libros del escaparate. 

—No quiero que sea como el de otros libros. Busco algo diferente, innovador. Algo que tenga nuestra esencia. 

—¿Ya tienes algo en mente? 

Sabía la respuesta. Ella no dejaba ni un cabo suelto. 

—Por supuesto —la comisura de su labio izquierdo se curvó —. Quiero dos finales. 

“Uno que sea verdadero, trágico o feliz; y otro que le lleve la contraria. Ponlos en el orden que desees, tu trabajo es que los lectores no descubran el real”. 

Y ahora somos tresWhere stories live. Discover now