Capítulo 1

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Briseida

La conocí a los diez años, lo recuerdo perfectamente.

Mi madre me había obligado a ponerme un feo vestido de gasa, cuya falda negra caía tristemente cubriendo mis rodillas. Tenía zapatos a juego, sobre unas medias blancas. El moño gris en mi cabellera, adornando mi trenza, resaltaba mis ojos.

Nos hallábamos en un lugar callado que olía a café. El local estaba abastecido de gente adulta con ropas elegantes, quienes se reunían en pequeños grupos para hablar por lo bajo. La decoración de la pieza -casi inexistente-, era apagada.

Una mujer se encontraba tendida junto a una larga caja de madera clara, sollozando de manera teatral mientras dos féminas más le daban golpecitos en la espalda.

Mamá dijo que era la viuda. También mencionó que actuaba muy bien.

Frente al ataúd se alzaba un trípode de acero que sostenía una fotografía grande de un hombre viejo, con la piel morena y arrugas en cada esquina del rostro. Su sonrisa era temblorosa y me daba la sensación de haberla visto antes, quizá era uno de los socios de papá.

Suspiré.

Mi única distracción en aquel tormento caluroso eran los dijes de mi pulsera plateada, que se mecían de un lado a otro al compás de mi muñeca derecha. Mi favorito era el de Luna, una gatita violeta con el astro aludido trazado en su frente.

Observé alrededor.

Una señora regordeta no quería separarse de la mesa de comida, saciando su apetito con panes y chocolate. En otro rincón, tres tipos discutían seriamente. A pocos pasos del difunto, una pareja se daba muestras de amor poco disimuladas.

Entoces la ví. Sus mechones dorados y ondulados exigían atención; una cascada de oro pulido cayendo sobre su piel pálida. Tenía el rostro afilado, labios rosados, mejillas coloradas y nariz diminuta. Los brazos le quedaban al descubierto, enredados en mangas semitransparentes. Lucía tan aburrida como yo atendiendo a clases de historia.

Pareció sentir que alguien la miraba, pues levantó el rostro de su servilleta en forma de cisne y me enfocó. Al percatarse de su nueva admiradora, inclinó la cabeza y sonrió. La expresión que se adueñó de su sistema solo se podría comparar con la de quien se ha encontrado agua en el desierto.

Tiró de la ropa de la mujer que la acompañaba, le susurró unas breves palabras al oído y en cuestión de segundos se dirigía a mi banco. Se dejó caer a mi lado con la delicadeza de una pluma.

-Hola, soy Helena.

¿Era tan fácil para ella iniciar una conversación?

-Briseida -me presenté con los nervios de punta.

Se lo pensó un instante y asintió.

-Es un nombre bonito.

-Gracias. Igual el tuyo.

No busqué la manera de seguir. Me quedé a la espera de un silencio incómodo; creí que la rubia no tardaría en retirarse, argumentando una excusa tonta con tal de no continuar aguantando mi callada y tímida presencia. Sucedió lo contrario.

-A que nuestro día iría mejor si estuviéramos en casa viendo Sailor Moon.

La examiné con elocuencia.

-¿Te gusta Sailor Moon?

-Me encanta -. Mi reciente interés le activó algún botón. Se giró en el asiento, apoyando sus palmas cerca de mis piernas -. Sólo un ciego no vería la obra de arte que es la serie.

Y ahora somos tresWhere stories live. Discover now