Capítulo 12

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Efímero.

Es una palabra distinguida y con dicción elegante. Con las letras acomodadas aquella manera, da un toque de delicadeza extrema. La lengua de cualquiera podía deleitarse al pronunciarla.

Lamentablemente, en algunas ocasiones, su significado tiraba a lo doloroso.

Aprendí a usarla una semana después de mi charla con Oliver.

Era un viernes soleado, al mediodía. La rubia me había invitado a una ceremonia muy importante a la que asistirían sus padres; la boda de la hija menor de un político con renombre. El señor Dereck tenía cierta conexión con el hombre, por lo que perderse la unión no era una opción.

El espacio en el que se llevaba a cabo la fiesta, luego de la misa, era gigante. La mesa de los novios se colocó en una zona elevada, para que pudieran apreciarse mejor. Junto a ellos estaban los asientos de las dos familias respectivas, con trastos de vidrio altamente costosos y botellas del vino más caro.

Parte del local, en el centro, se encontraba cercado por madera roja. Pronto se haría un espectáculo que involucraba hermosos caballos y charros con trajes oscuros.

La pareja de recién casados se movían entre los invitados, saludándolos y agradeciendo su presencia. La chica tenía un tocado con piedras blancas decorando su peinado; un pequeño copo de nieve en la cabeza. Su esposo la miraba como si acabara de tomar la decisión más sabia de su vida.

En el estacionamiento, los lugares asignados se llenaron de inmediato. Una docena de empleadas andaban presurosas desde la cocina hasta allí, ofreciéndoles alimento a los choferes que esperaban apoyados en sus vehículos.

Dada la magnitud del evento, la ropa que portaba era de fina costura. La cinturilla se presionaba ferozmente contra mi piel, haciendo que respirar se volviera un poco complicado. Mis zapatos no se quedaban atrás, pues aunque el diseño era encantador, la tira de perlas que lo ajustaba estaba acabando con mi paciencia.

Al termino de la canción sonante, suspiré por lo bajo, aliviada. Le regalé una sonrisa a Luis, mi actual pareja de baile, el joven que había insistido con desespero mi compañía. 

Casi me doblo el tobillo al huir de su fatal intensidad.

Traté de localizar a Helena.

Me deslicé entre los meseros que iban y venían, indagué por la masa de cuerpos en la zona e ignoré los llamados insistentes del pelinegro. Llegué al pequeño bar y me paré de puntas, buscando la ya conocida espalda de mi chica.

La encontré a menos de quince metros, charlando con otra fémina de mechones cobrizos.

Si pensarlo las alcancé.

—...entonces, preciosa, necesitas entender que... 

La pelirroja, disgustada por mi repentina interrupción, se calló de golpe. Me observó con desagrado y pensé que era una lástima que sus bonitas facciones se arrugaran en muecas amargas.

—¡Oh! —saltó Helena, con ojos brillantes —. Daniella, te presento a Briseida, mi mejor amiga. Bri, ella es...

—Daniella Romo; hermana del novio, socia importante de una cadena de empresas, modelo en la revista Elle, autora célebre y futura candidata a gobernante de estado.

—Vaya —susurré sin evitarlo —, una Barbie en persona.

Los labios de Helena lucharon para no curvarse.

—¿Disculpa? —inquirió la mujer, con el cuello colorado.

—Oh, nada, nada —. Le di un repaso disimulado y me detuve en la copa con sangría que sostenía —. ¿Me permiten saber el tema del que hablaban?

Y ahora somos tresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora