Capítulo 9

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Desperté con los temibles estragos del alcohol.

Parecía que el sol hubiera aumentado su poder de impacto, me picaban los ojos y sentía que flotaba, aunque claramente el colchón sostenía mi espalda con cuidado. Tragué saliva e hice una mueca al percatarme de mi paladar pastoso.

Ladeé la cabeza, analizando el patrón del decorado del techo: eran círculos entrelazados. Pude extender mis brazos y piernas a voluntad, estaba sola en la cama.

O podría haber estado en un campo en medio de la nada. Ni siquiera me hubiera inmutado.

—Prometo que jamás en la vida volveré a tomar —musité.

Me moví hasta enterrar la nariz en las sábanas. Olían a Helena; vainilla y un leve rastro de sal.

La información de la noche anterior llegó de golpe.

El aire abandonó mis pulmones, y al incorporarme rápidamente, tuve que sujetarme del esquinero para evitar caer. Me quejé de los mareos como una loca y sostuve mi estómago, inhalando con fuerza.

Tenía las mejillas calientes, las manos temblando, la frente sudorosa. Sacudí mi cuerpo, intentando pensar. Gracias a eso el meñique de mi pie chocó con las patas de la cama. 

—Carajo.

Un cuadro de Jesús me devolvió la mirada. Abrí los ojos de golpe y me disculpé repetidas veces.

«Tienes que tranquilizarte»

Pero en lo único que podía pensar era en los labios de la rubia, en sus manos sujetando mi nuca y los susurros satisfactorios que yo emitía como respuesta.

Mierda.

¡Que el tártaro me tragara!

Como última opción para distraer mi mente y evitar morir hiperventilando, me tiré a los pies de la cama, saqué mi maleta y rebusqué entre las cosas un blog de bocetos. Mis dedos se cerraron en el lápiz que lo acompañaba y comenzaron a moverse por sí solos.

No sabía lo que quería elaborar, pero llené la hoja de trazos violentos. Líneas, garabatos, puntos. Sin pasarlos por filtros, dejando que las emociones fluyeran.

Estaba... confundida. Emocionada. Feliz. Asustada. Avergonzada.

Con ganas de más. Con ganas de viajar en el tiempo y borrar toda prueba del suceso.

Difuminé el dibujo sin darle sentido. Si eras atento, llegaba a asemejarse a un dragón.

O a un burro bailando ballet. 

Da igual.

—¿Bri?

Por un segundo estuve a punto de desmayarme, hasta que la voz volvió a alzarse detrás de la puerta y distinguí que se trataba de Will. Me mordí el interior de la mejilla hasta que saboreé la pizca metálica de la sangre.

Opté por mandar a volar el cuaderno (lo que significa depositarlo suavemente entre mi ropa interior), y sentarme en la cama.

—A-adelante.

En el umbral apareció una cabellera cobriza. William me sonrió con anchura, un tanto apenado. Sujetaba una charola repleta de cuencos.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días — Le di un repaso veloz a la comida que traía —. Si esperas que coma todo eso, me dejarás en estado de coma.

Se posicionó a mi lado y me cedió un plato de galletas junto a un vaso de jugo natural.

Y ahora somos tresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora