Capítulo 7

106 18 8
                                    

***

No es tan común las notas de autor antes de inicar el capítulo (al menos ya no), pero necesitaba resaltar un par de puntos antes de que inicien la lectura de este apartado. 

1. Las personas no son perfectas, y menos aún cuando se encuentran en etapas en las que terminarán de formarse. Mis personajes tienen cientos de defectos, y la educación que han tenido en casa se refleja evidentemente en ellos, desde en las acciones hasta en la forma de pensar. Las historias se cuentan para ver la diferencia de mentalidad entre los protagonistas al inicio y al final. 

2. En esta ocasión, el capítulo trae un poco de violencia verbal. La discriminación es un tema muy delicado y no busco ofender a nadie. Si están pasando por esto, se los ruego, no se queden callados y cuéntenlo. Nadie merece ser denigrado por ser quien es. 

***

—Cuida de mi bebé, Brisia —canturreó la señora Meredith, revolviendo mi cabello.

Helena entrecerró los ojos.

—Briseida, mamá.

—Bueno, bueno —se corrigió la rubia mayor, con una sonrisa cálida —. Briseida.

Los padres de la chica se habían puesto el chaleco en cuanto dieron las doce. Querían darle privacidad a su primogénita durante algunas horas, dejando que disfrute el resto de su fiesta sin una "vigilancia estricta".

Confiaban plenamente en ella, por lo que en la casa, para cuidarnos, no se quedarían más que dos empleadas.

—Puede descansar en paz —aseguré —. No dejaré que incendie la mesa de dulces. Otra vez.

—Confío en ti, querida —. Le dio un toquecito a mi nariz y miró a su esposo, que había comenzado a darle indicaciones a Helena.

—Nada de desastres irreparables. Debes llamar si algo sucede —repitió Dereck Montoya.

—Sabes que lo haré —contestó su hija, por cuarta vez.

—Bien, bien —. El hombre le besó la coronilla y apretó mi mejilla —. No se acuesten tan tarde.

Mi amiga acarició el estómago de su madre, le susurró algo y se irguió para despedirse de sus progenitores. La pareja se alejó entre risas y cuchicheos, incluso se dieron un beso dulce y tuve que apartar los ojos. La rubia y yo nos quedamos en el umbral curvado hasta que el auto familiar desapareció en la noche.

—Hora de la diversión —ronroneó la rubia.

Me tomó por el brazo y nos adentramos al salón improvisado. Ese espacio se asemejaba a un granero: espacioso, con vigas de madera en las esquinas y el techo, pequeños haces de luz que se infiltraban y un foco que cambiaba de color al ritmo de la música.

La mesa de bocadillos estaba abierta, el pastel ya se había partido y las sillas se pegaron a las paredes, dejando libre la pista de baile. Los accesorios neones brillaban en la oscuridad; mechones decorados con pintura especial, utilería plástica, globos y maquillaje. Las bocinas sonaban con fuerza, sobresaliendo entre las carcajadas joviales de los invitados.

Helena cruzó la zona del centro con gracia, acostumbrada a todas las miradas sobre ella, expectantes en lo que su anfitriona tenía preparado.

—¿Quién quiere beber?

La multitud rugió.

La rubia pidió a dos chicos que trajeran las cajas de vino y tequila de sus maletas, mientras las chicas repartieron los vasos.

Y ahora somos tresWhere stories live. Discover now