Capítulo 5: Lavigne

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Cuando pasaron unos meses, mis compañeros de trabajo comenzaron a hablar de unas carreras que se realizaban todos los años, las Carreras de San Lorenzo. Se llamaban así porque el tramo final del circuito estaba al otro lado del puente que cruzaba el río que llevaba ese mismo nombre.

No se todavía como, me convencieron de ir. La verdad, no tenía nada mejor que hacer y no parecía riesgoso ni nada por el estilo, así que fuí. No le dije nada a mi madre, solo que iba a cenar con algunas personas que había conocido y que no se a que hora volvería.

Todo era ruido, coches y más ruido. Todo el mundo era mayor que yo pero eso no me importó, siempre se me dió mejor relacionarme con gente mayor que con los de mi propia edad.

Las primeras carreras fueron bien, demasiado bien. Era excitante esperar a que dieran la salida y cuando llegaban a la meta. Me encanté demasiado rápido de ello, tanto que cuando me ofrecieron algo de beber, no dude en aceptar.

El alcohol en menores debería de estar penado. La sesación es maravillosa, sí, pero las consecuencias no lo son tanto. Un cerebro adormecido es lo peor que puede tener el ser humano, porque dejas de ser tú.

No sé cuanto bebí, solo recuerdo que me gustó y estar feliz todo el rato.

Justo en ese momento, le tocó competir a uno de mis compañeros y no se cómo acabé también dentro del coche. Ambos habíamos bebido pero no le dí importancia, ni él tampoco.

La sensación de la velocidad y el calorcito provocado por el subidón del alcohol, fue la combinación perfecta y explosiva para mí. Gracias a dios, esa vez no pasó nada.

Acabada la fiesta, no se que hora sería pero llegué a mi casa no se cómo, solo recuerdo la resaca del día siguiente y vomitar bastante. Cuando aparecí, mi madre no estaba despierta, porque claro, ¿como iba a pensar que su hijo menor de edad que nunca se metía en nada iba a llegar a casa borracho después de una carrera a alta velocidad?

Las primeras cuatro veces, no pasó nada. Cada vez me gustaba más ir y cada vez hacía alguna locura mayor.

La quinta carrera nunca se me olvidará.

Catorce de enero, frío y hielo por todas partes. Pensé que ese fin de semana no iba a haber carrera, sin embargo, se celebró igualmente.

Obviamente, por el frío bebí un poco para entrar en calor pero no bebí mucho porque mi compañero le tocaba competir en la primera carrera. Sin embargo, esa vez cambió. Un amigo de mi compañero, Stephen, se sentó en el lugar del copiloto. Yo me fuí atrás. No me gustó pero no era mi coche así que me callé y me senté.

La carrera empezó. Todo iba bien. Íbamos primeros. Sin embargo, el coche de detrás la tomó con nosotros e intentó sobrepasarnos. Eso siempre ocurría pero las otras veces no había hielo.

Solo recuerdo el impacto con el agua. Cómo el interior del coche se iba llenando de agua. Mi cabeza dolía horrores pero se me pasó encuanto ví que me iba a ahogar si no hacía nada. El agua seguía subiendo y ni mi compañero ni Stephen respondían.

Conseguí deshacerme del cinturon pero la puerta no se abría. Por la presión del agua, reventaron los cristales y por la fuerza con la que entró el agua me golpeé la cabeza con algo dejandome complétamente K.O.

Mientras veía quebrarse el cristal, pensé solo en dos cosas: mi madre y mi vida. Ambas las iba a perder por ser tan estúpido.

Sin embargo, desperté en el hospital. Por lo visto y no sé todavía como después de cuatro años, conseguí salir del agua y acabé en la orilla del mar todo empapado pero respirando.

Desgraciadamente, tanto mi compañero como Stephen murieron ahogados en el agua.

Nadie con trece años debe de vivir algo así, estar a punto de la muerte, en un accidente con víctimas, beber hasta dejar de sentir...todo era pura basura y por desgracia más de uno las combinaba todas, como el aquí presente.

EL ALFA Y EL BANSHEE: LOS GUARDIANES DEL ZODIACOWhere stories live. Discover now