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Mi auto desfilaba, como muchos otros, en medio de la noche y del estruendoso ritmo de East New York. Era sin duda, de los mejores lugares donde el placer se ofrecía en distintas presentaciones. A lo largo de los años me había ido familiarizando con este lugar, era la manera en la que podía desfogar toda la mierda que traía cargando, desde que ella no estaba. Sin embargo, mis visitas recurrentes habían ido mermando en los últimos meses; mientras ponía toda mi atención y empeño en el negocio y en asegurarme que las cifras de dinero que se lavaban con cada uno de los complejos que se construirían en Arquitech, fuesen prácticamente indetectables.

Mi trabajo estaba siendo impecable, era prácticamente imposible que las anomalías salieran a relucir, al menos mientras a mí me conviniera. Pero debía comenzar a andarme con tacto con Rochester, ese hijo de puta y su repentino interés y amor paternal podía terminar jodiéndome; podía echar a perder mi venganza en contra de ese cabrón, y no podía darme ese lujo, no después de haber esperado tan pacientemente por con seguirla y menos aún cuando la vida me había dado la oportunidad de volver a estar con ella...

—Hola, bombón —saludó una de las mujeres que deambulaba por la acera, sacándome de mis pensamientos.

Se reclinó en el marco de la ventanilla, mostrándome su escote con descaro. Los rizos rojizos se arremolinaban en torno a su rostro dándole un aspecto salvaje, de fame fatale; la poca ropa que llevaba encima no dejaba nada a la imaginación.

Repasé su cuerpo como lo que era: una auténtica puta. Era candente, pero no era lo que buscaba. Subí las ventanillas del coche y seguí mi curso. Una a una, las mujeres desfilaban mostrando sus mejores atributos y sus poses más sensuales, según ellas.

La ansiedad estaba comenzando a jugarme una mala pasada cuando, después de un buen rato, no lograba encontrar algo de mi gusto. Lo detecté en seguida, cuando mi pierna comenzó a moverse involuntariamente.

¡Maldita sea!

Lo siguiente que venía, eran las putas voces en mi cabeza. Respiré profundo y tomé dos pastillas del frasco que guardaba siempre en la guantera. El último mes había tenido más ataques que en un año entero.

Una larga melena rubia captó mi atención, en ese momento. El cabello caía como una fina cortina de oro a lo largo de la espalda de aquella mujer. Sin pensarlo detuve el coche frente a ella, su rostro no era tan angelical como lo esperaba, ni sus ojos tan llamativos como los de mi muñeca, ni siquiera era tan joven; pero su cabello era jodidamente perfecto. El sólo imaginarla a a ella con aquella cabellera me ponía duro.

Abrí la puerta del copiloto, invitándola subir al auto. No se lo pensó dos veces antes de montarse en el asiento.

—Hola, guapo, dime Jess...

Levanté mi mano en una señal para que cerrara la boca. No quería que nada empañara la ensoñación en la que me encontraba y su voz no era del todo agradable a mis oídos.

—Mil dólares por lo que te pida, sin objeciones —Apunté serio. Sus ojos brillaron en cuanto mencioné la cifra —. Lo primero que quiero es que mantengas la boca cerrada, a menos que sea para darme una buena mamada. No quiero escucharte hablar ¿Entendido?

Me miró desconcertada por unos instantes, pero terminó sintiendo. Sus ojos dorados escanearon mi entrepierna y una sonrisa oscura brotó de mis labios.

Puse en marcha el coche y me dirigí a mi departamento, imaginando un montón de opciones para divertirme esa noche.







El mentor © #PGP2023Where stories live. Discover now