Imprudentes

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31 de mayo, 202...

Busan, Corea del Sur

Puede que los días que Namjoon pasó fuera lo hayan afectado un poco. Sólo un poquito.

Quizá era el efecto de los sueños que había tenido esas noches o el nerviosismo de su visita al médico o sentir que Jin estaba cuidando de más sus dosis de medicamentos. Quizá era todo junto.

Aunque Jimin no sabe exactamente qué le molesta, es consciente de que el malestar persiste y que está ahí, susurrando pequeñas frases que poco a poco van llenando los espacios en silencio  e inevitablemente van inquietando su atolondrada cabeza. Cosas tontas cómo pensar que la visita de Namjoon a la capital se extendió porque ha ido a visitar a un amante o a una esposa, quizá hasta un par de niños preciosos con sus ojos castaños y sus hoyuelos. ¿Qué otra razón importante tendría Namjoon para quedarse más tiempo allá?

Así que ha tenido que apartar, o al menos intentado, esos pensamientos intrusivos si quiere dormir al menos un poco tranquilo. Aunque eso no ayuda mucho.

Esa mañana está sensible de nuevo, no sensible en la manera física que hace a todo su cuerpo doler, sino sensible en el sentido de que cualquier cosa hace que su estómago se revuelva de enojo o  a sus ojos humedecer de la nada.

―¿Jimissi?―Jin ha sido un amor con él esos días y no hay forma de negar que, en general, Jimin está muy a gusto con él. El tiempo a su lado se ha sentido cómo una pijama que se ha extendido por horas y horas. Se supone que sólo estaría ahí un día, pero debido al retraso de Namjoon en Seúl no ha quedado opción y el enfermero se ha quedado a dormir en el sofá, incluso aunque Jimin le insistió que podía dormir en el estudio. Así que con todo eso, al pobre Jin le ha tocado lidiar con él --aunque ya lo hace de por sí-- y sus extraños desplantes de lágrimas sin sentido.―¿Qué pasa?―pregunta el mayor con voz queda asomándose ligeramente por la puerta del dormitorio, es casi cómo si estuviera consciente del estado del rubio y no quisiera importunar. 

Jimin sorbe su nariz e intenta aparentar limpiándose las lágrimas con la manga del pijama.

―No, nada―niega intentando componer una sonrisa―creo que es el polvo.

El mayor lo mira de cierta manera que hace a Jimin sentirse pequeño y débil, cómo si estuviera a punto de romperse, cómo si no estuviera ya lo suficientemente roto. Sin embargo, Jin no intenta nada más que esa mirada, que pretende ser empática, porque las veces anteriores que trató de ahondar en los sentimientos del chico sólo consiguió que Jimin lo apartara.

―Prepararé el desayuno.

Un mechón de cabello dorado cae sobre la frente del muchacho cuando asiente aún con una sonrisa en lo labios que casi parece real, casi. Cuando se queda solo en el dormitorio simplemente suspira hacia la nada y saca el diario de la bolsa de la silla. Aún está vacío, a excepción de la foto, y sus páginas en blanco hacen que su corazón se sienta aún más pesado.

Cierra los ojos intentando que no se le escape el sueño que lo ha despertado y lo ha dejado en ese estado.

El sueño, claro. Está ahí, todavía flotando en el aire cómo un aroma conocido, esperando ser atrapado, reconocido, atesorado.

Ha soñado de nuevo con ese jardín, de nuevo con las flores y las risas... sólo que esta vez está solo, o eso cree. De pronto, un conejito gris salta detrás de un arbusto y lo observa moviendo su diminuta y tierna nariz. El viento agita los ramilletes de hortensias y el conejito sale deprisa hacia otro arbusto y desaparece. Jimin se siente triste e intenta alcanzarlo, pero al abrir el seto sólo se encuentra con un montón de granos de café quemados y aún humeantes, así que empieza correr fuera de aquél inmenso jardín, pero cae al suelo una y otra vez hasta que descubre que sus piernas se vuelven de ceniza.

La noche de las luciérnagas ―NamMin°Minimoni―Donde viven las historias. Descúbrelo ahora