PRÓLOGO

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NOA BROWN

Aquella mañana decidí ir a dar un paseo al centro de la ciudad. Siempre me había gustado perderme por las calles, admirarlas y descubrir cosas nuevas sobre ellas cada vez que las visitaba.

Ese día, sin embargo, salí de casa con una sensación extraña. Una especie de intuición.

Sabía que mi cabeza me ordenaba que me quedara en casa, que era mejor no salir. Pero siendo tan terca como siempre, desobedecí a mi propio instinto e hice lo contrario de lo que me pedía.

Debería haberme escuchado, debería haber hecho caso a lo que me pedía mi cuerpo. Quizá no debería haber ido esta vez. Habría sido lo mejor.

Porque, si lo hubiera hecho, podría haber evitado el nudo en la pecho, las manos temblorosas, el mareo y el miedo recorriendo hasta la última célula de mi organismo.

Podría haber evitado esa sensación de peligro, las náuseas y la falta de aliento. El sudor y las palpitaciones.

Pero supongo que las cosas pasan por algo, y esta no fue la excepción. Aunque en el momento me sintiese fallecer, fue lo que consiguió darme el empujón para, finalmente, hacer lo que necesitaba:

Contar mi pasado. Enfrentarme a él. Luchar contra mis demonios.

Y todo pasó por una canción. Losing My Religion, de R.E.M.

Whatever It TakesWhere stories live. Discover now