Capítulo 4

634 32 1
                                    

Ella arruinó mi perfecta paz.

Me quedaron doliendo mis futuros hijos por un buen rato. Tuve que buscar una bolsa de hielo porque esa mujer me clavó con rencor, una patada en mis testículos.

Lo admito, me encontraba en agonía.

¿Deben preguntarse cómo es posible que no parezca italiano? Lo soy. Soy bastante italiano, pero fui criado en los Estados Unidos toda mi vida y prácticamente no usé mi idioma natal. De hecho, soy tan increíble que sé hablar fluidamente italiano, ruso, inglés y neerlandés, pero cuando estoy lo suficientemente cabreado, término maldiciendo a todos en italiano y es cuando sale a relucir mi increíble acento oculto.

¿Impresionante, verdad?

Les daré una descripción innecesaria para mí, pero muy necesaria para ustedes sobre mi precioso aspecto. Sé que se mueren por saber cómo soy. Desde aquí puedo ver y oler cómo están enloqueciendo por mí.

Mejor empiezo.

Primero, soy un hombre lo suficientemente apuesto que te dejará con la boca abierta con solo mirarme pasar. Simplemente lo sé. De pequeño era un precioso niño de cabello rubio, pero fui creciendo y conocí la playa. Desde ese momento dejé de ser un niño rubio y ahora soy un apuesto castaño, ojos azules, sonrisa perfecta y para el sufrimiento de mi padre, estoy completamente tatuado.

Lo único que está libre de tinta es mi precioso rostro.

Lo sé, soy completamente genial, pero estoy cansado de que por mi apariencia, mi padre insiste en que no soy lo suficientemente serio con mi trabajo. Me cabrea eso. Me cabrea que él diga esas cosas cuando sabe que soy quien más se jode por hacer que todo marche bien para la empresa, que ni siquiera me pertenece completamente. Mi madre y él se pusieron con ese plan de marginar a Giotto.

Nadie tiene el derecho de hacerme menos.

—Por eso no soporto a la mujer que está sentada en ese asiento como si nada —miro fijamente a la tal Alexia, mientras murmuro a la nada.

Quiero y puedo acabar con su paz.

Me levanto de mi cómoda silla y voy hacia donde se encontraba sentada la reina de Narnia.

—¿Algún problema? Estoy haciendo lo que puedo con la agenda que me pasaron, pero para hoy y mañana no tienes nada urgente. Solo una salida con Antonella —me informa al verme llegar a ella—. ¿Por qué me miras así, de verdad tienes algún problema?

—Sí, tú —la miro fijamente—. No puedes tutearme. Soy tu jefe y me debes respeto. Además, a todos los nombres de las personas que aparezcan en mi agenda, debes tratarlos de usted —doy pequeños golpecitos con mi índice, en su escritorio.

—No voy a tratar a nadie con respeto, a menos que sean personas sumamente importantes como yo, o que hayan hecho algo muy genial por el mundo. Pero a ti —me señala con su dedo índice de manera despectiva—, un simple hombre que sus papis no le dejan jugar con la empresa, porque los llevaría a la quiebra, no merece ningún respeto.

Sonrío de lado y alzo mi ceja derecha.

—¿Y tú qué? No te quedas atrás, princesita —me acerco lo suficiente para que solo ella pueda escucharme—. A ti te enviaron aquí para que te eduquen, porque madera de reina no tienes, tus padres no te soportan y estás enamorada del policía o militar. Mi palabra tiene más validez en tu vida, que tú en la mía —le cierro la agenda y me voy hacia el ascensor.

Presiono el botón y espero unos segundos hasta que se abren sus puertas. Este ascensor solo la gente exclusiva como yo, podemos usarlo y antes de darme cuenta, esta mujer estaba ingresando a mi pequeño minuto de tranquilidad.

El EmpresarioWhere stories live. Discover now