Capítulo 11

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La fiera me odia.

Minutos después de besarla.

Giotto...

Estaba completamente seguro de que había metido la pata, pero mi espectacular personalidad, no le interesa y realmente mi cerebro y yo, decimos que dimos lo mejor de nosotros mismos. Me refiero a que en caso de emergencia rompa el vidrio de la inteligencia extrema. Mi cerebro no funciona correctamente cuando se siente presionado o tal vez, como les explico para que no suene prepotente de mi parte.

No quiero que crean que soy un hombre que piensa solamente en mí y que es superior a ustedes.

Claro, encontré la palabra.

Cuando siento que voy a perder algo sumamente importante por el momento, suelo tomar decisiones extremas.

¿En este caso? Decir que me casaría con la mujer que estoy besando.

O estaba besando.

—¡Deja de hacer eso, imbécil! —me da una patada en mis perfectos testículos—. ¿Cómo se te ocurre decirle a mi padre que me casaría contigo? ¡Van a correrme de la familia si en verdad no me caso, grandísimo hijo de la mujer que te parió!

En Saturno, viven los hijos que nunca tuvimos...

Cuenta para que te dejen de doler las pelotas.

Un Saturno que se va.

Dos Saturnos que se van...

Tres Saturnos que se van...

Me quedé sin descendencia y moriré perfectamente virgen.

—Tú me seguiste el juego —respondo, con las manos entre mis pelotas, tirado en el suelo y respirando con un dolor trifásico—... no debiste aceptar... pero lo hiciste y aquí estamos.

—¡Entré en pánico porque no quería regresar del todo al palacio! —la veo molesta —. Ahora debemos casarnos y todo esto es por tu culpa, imbécil —me mira con odio—. ¿Por qué no me estás dando tus estúpidas ideas en estos momentos?

Suspiro y haciendo una mueca de dolor, le respondo.

—¡Porque me golpeaste las pelotas, mujer! —me quejo—. Deberías acariciarme aquí para que se me quite el dolor con rapidez.

—Iré por una cierra. No debes reproducirte y mucho menos estar con ese cerebro maligno que te cargas —camina hacia la cocina—. Voy por hielo para tu gen masculino. Además, levántate del suelo y hablemos como las personas civilizadas que somos. Quiero tus absurdas ideas para salir de esto... en esta locura que tú me metiste.

La veo desaparecer y por un momento tengo una visión de mi futuro con la reina de Narnia. Sinceramente no me apetece, ya me vi jugando a ser el ama de casa mientras ella está haciendo sus deberes como reina. Definitivamente no puedo permitir que un increíble y maravilloso sujeto como yo, quede encerrado en esas cuatro paredes que le dicen palacio.

La odio.

Mientes.

Te gusta.

Ok, no la odio del todo, pero esa mujer sí me da muchos dolores en las pelotas.

***

Estábamos sentados en la sala de estar de mi departamento y en total silencio, porque ella estaba de malhumor. De verdad que no le veo tampoco un problema el casarse conmigo. Soy un excelente partido, no le faltaría jamás dinero, sería libre, estaría brillando completamente bajo mi increíble aura de perfección.

¿Qué hay de malo en mí?

Además, mi cerebro está increíblemente dotado de inteligencia.

—Tu cara me repugna —alzo la ceja para verla—. Eres un imbécil, de verdad que lo eres.

El EmpresarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora