viii. Sangre sucia

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CAPÍTULO OCHO
Sangre sucia

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CUANDO LLEGÓ EL FIN DE SEMANA, Dianne tenía una larga lista de gente a la que quería pegarle un puñetazo

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CUANDO LLEGÓ EL FIN DE SEMANA, Dianne tenía una larga lista de gente a la que quería pegarle un puñetazo. En primer lugar estaba el Niño Dorado de Hogwarts, Cedric Diggory, pues por su culpa estaba en el equipo de Slytherin. Theo y su hermano también estaban en la lista, pues ambos la habían estado mareando sobre las ganas que tenían de jugar un partido. Y, las hermanas Greengrass también se habían unido, a última hora, a la lista.

¿A qué se debía?

La habían despertado mucho antes de lo necesario, eufóricas. Ambas estaban realmente encantadas de que su amiga rubia estuviera en el equipo de Quidditch de su casa, siendo la única mujer entre ellos. Estaban completamente seguras de que resaltaría, no solo por eso, sino también por su forma de jugar.

—¿Qué demonios queréis—Dianne gruñó contra la almohada—, dos horas antes de que empiecen las clases?

—¡Entrenamiento de Quidditch! —exclamaron las dos a la vez.

Dianne gimió, escondiendo la cabeza debajo de la almohada, pero de poco le sirvió. Las dos Greengrass saltaron sobre su cama, zarandeándola como si fuera una muñeca de trapo mientras no dejaban de exclamar que debía levantarse. Al final, la paciencia de la chica llegó a su límite.

—¡Estoy despierta, estoy despierta! —bramó, mientras se sentaba de golpe, y se apartaba los mechones rubios de la cara—. Ahora... ¡DEJAD DE ZARANDEARME!

—Lo siento.

—Pero... —bufó Dianne —, ¡si todavía está amaneciendo!

—Es cosa de Pucey y Flint —señaló Astoria.

—Bueno, yo presiento que Snape está detrás—comentó Daphne, y se ganó las miradas de las otras dos chicas—.¿Qué?

Dianne se levantó de la cama y buscó la túnica esmeralda que Adrián le había dado, mientras maldecía mentalmente a todos los miembros del equipo y al profesor. Daphne y Astoria la ayudaron a que su pelo no pareciera el escenario de combate de una manada de pájaros, algo que agradeció en el fondo de su mente. Luego, tomó su escoba —la que su querido padre le había regalado— y salió de la habitación seguida de ambas pelirrojas.

Los demás del equipo estaban todavía caminando por las instalaciones del castillo, así que Dianne no apuró demasiado el paso. Theo le sonrió y pasó un brazo por encima de los hombros, bajo la mala mirada de Draco y la divertida de Blaise. Adrian encabezaba la marcha, con Flint a su lado, quien todavía tenía en duda su puesto como capitán del equipo. Dianne esperaba que le quitaran el puesto y se lo dieran a Pucey, pues este era mucho más adecuado que el gorila.

Dianne y la cámara secreta² ✓ Where stories live. Discover now