xxv. Tom Ryddle

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CAPÍTULO VEINTICINCO
Tom Ryddle

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SE HALLABAN EN EL EXTREMO DE una sala muy grande que apenas estaba iluminada

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SE HALLABAN EN EL EXTREMO DE una sala muy grande que apenas estaba iluminada. Unas altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la completa oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia. Aquello era verdaderamente escalofriante.

Luego de intercambiar una mirada, Dianne y Harry avanzaron por entre las columnas decoradas con serpientes, con las varitas preparadas  en las manos. Sus pasos resonaban en los muros sombríos, con un fantasmal eco que les calaba hasta los huesos. Iban con los ojos entornados, dispuestos a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Les parecía que las serpientes de piedra los vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos, pero se decían a sí mismos que era solo producto de su imaginación.

Al llegar al último par de columnas, vieron una estatua. Era tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.

Tuvieron que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo.

No había que ser un genio para saber que aquel era Salazar Slytherin.

Y entre los pies de la enorme estatua, boca abajo, vieron una pequeña figura con túnica negro y el cabello de un rojo encendido. Ginny.

Para sorpresa de Harry, Dianne salió disparada, hincándose de rodillas al lado de la pequeña Weasley. Le había dado la vuelta, llamándola por su nombre. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, por lo que no estaba petrificada. Harry se hincó al lado, guardándose para él la pregunta de por qué la rubia había reaccionado tan rápido, más que él.

—Ginny, —la llamó Dianne, agitándola con algo de desespero—Ginny, por favor, despierta.

La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro. Harry sintió un escalofrío.

—No despertará —dijo una voz suave y algo aterciopelada.

Harry se enderezó de un salto, mientras Dianne alzaba la mirada lentamente.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándolos con atención. Tenía los contornos algo borrosos, como si estuvieran mirando a través de un cristal empañado, pero aun así podían verse detalles. Como que su piel era lisa, o que su pelo negro era medio rizado.

Dianne y la cámara secreta² ✓ Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz