xxiv. La Cámara Secreta

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CAPÍTULO VEINTICUATRO
La Cámara Secreta

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GINNY WEASLEY NO ERA LA persona favorita de Dianne ni mucho menos, pero la hermanita de su amiga parecía tan consternada que la rubia no se pudo quedar sentada en la sala común

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GINNY WEASLEY NO ERA LA persona favorita de Dianne ni mucho menos, pero la hermanita de su amiga parecía tan consternada que la rubia no se pudo quedar sentada en la sala común. Daphne no se había separado de su hermana desde el momento en el que esta había llegado de la enfermería, con la mirada perdida en algún punto de la sala, pálida y el labio inferior temblando. Por eso, y sabiendo que los leones tampoco se quedarían quietos, Dianne salió de la sala de Slytherin en compañía de Theo, aunque ella hubiera preferido que se quedara con las Greengrass.

En medio del camino, se encontraron con Harry y Ron. Ninguna de las serpientes hizo comentario alguno del estado del pelirrojo, aunque la fugaz mueca del azabache les hizo saber cómo estaba.

Sin decir nada, los cuatro se pusieron en marcha. Mientras se acercaban al despacho del profesor Lockhart, comenzaba a oscurecer en el exterior. A medida que se acercaban a dicho lugar, les daba la impresión de que dentro del mismo había gran actividad. Podían oír sonido de roces, golpes y de pasos apresurados.

Harry llamó a la puerta con tres golpecitos. Dentro de la sala se hizo un silencio repentino. Unos segundos después, la puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.

—¡Ah...! Señor Potter, señorita Malfoy, señor Weasley, señor Nott...—dijo, abriendo la puerta un poco más —. En este momento, estaba muy ocupado. Si os dais algo de prisa...

—Profesor, tenemos información para usted—dijo Harry, interrumpiendo—. Creemos que le será útil.

—Ah..., bueno..., no es muy...—Lockhart parecía encontrarse muy incómodo, a juzgar por el trozo de cara que eran capaces de ver—. Quiero decir, bueno, bien.

Abrió la puerta y los cuatro entraron.

El despacho estaba completamente vacío. En el suelo, había dos grandes baúles abiertos de par en par. Uno contenía una importante colección de túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas de forma precipitada. El otro, libros, mezclados sin orden aparente.

Las fotografías que habían cubiertos las paredes, ahora estaban guardadas en cajas encima de la mesa.

—¿Se va a algún lado, profesor? —inquirió Dianne, alzando una ceja.

—Esto..., bueno, sí...—admitió Lockhart, mientras arrancaba un póster de sí mismo, de tamaño real, y comenzaba a enrollarlo con rapidez—. Acabo de recibir una llamada urgente..., insoslayable..., tengo que marchar...

Dianne y la cámara secreta² ✓ Where stories live. Discover now