xix. El diario

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CAPÍTULO DIECINUEVE
El diario de T. M. Ryddle

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EN CUÁNTO LOS ALUMNOS regresaron a Hogwarts al final de las vacaciones de Navidad, comenzaron a correr rumores de que Hermione había sido atacada por el heredero de Slytehrin, y que por eso no salía de la enfermería

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EN CUÁNTO LOS ALUMNOS regresaron a Hogwarts al final de las vacaciones de Navidad, comenzaron a correr rumores de que Hermione había sido atacada por el heredero de Slytehrin, y que por eso no salía de la enfermería. Eran tantos los alumnos que se daban una vuelta por la enfermería para tratar de echarle un vistazo, que la señora Pomfrey quitó las cortinas de su propia cama y las puso en la de Hermione.

A Dianne se le hizo notable la ausencia de la nacida de muggles, pues las clases se habían vuelto un recital de mediocridad. Sin Hermione haciendo mil preguntas a los profesores o contestando a las preguntas de éstes, se dejaba ver que algunos hijos de magos eran muy lentos mentalmente, incluso había gente que superaba el nivel de Neville Longbottom. La rubia Malfoy deseaba que, fuera lo que fuera aquello que le había pasado a la niña Granger, se curara pronto, o se iba a volver loca  por completo con tanto inútil de por medio.

Snape se había vuelto loco de remate, o eso pensaba ella, puesto que les había puesto tantos deberes que dudaba de que algunos de su compañeros fueran capaces de terminarlos antes de llegar a sexto curso. Ella era buena en pociones, mucho más que la media. Había pocas cosas en el mundo mágico que se le dieran mejor que las pociones —véanse los hechizos, especialmente los de defensa y ataque; y en conocimiento de criaturas—, y pese a eso, le seguía pareciendo una locura. Aunque estaba decidida a hacer que su profesor de Pociones se quedara asombrado con sus habilidades.

Y si su mente era especional en pociones por solitario, la unión con las de Theo y Daphne era sinónimo de éxito, puesto que los tres se compenetraban de manera perfecta. No podían decir lo mismo de Blaise, Draco y los demás, quienes a duras penas recordaban la mitad de los ingredientes necesarios.

Los tres Slytherin caminaban por el pasillo en silencio, cada uno cavilando para sí mismo. Cada uno de ellos tenía su propia opinión sobre todo lo que estaba pasando, y no veían la necesidad de echar más leña al fuego con teorías de lo más inverosímiles. Se mantuvieron en silencio, al menos, hasta que escucharon la voz de Filch. El celador parecía completamente histérico, por alguna razón que todavía desconocían.

—...aún más trabajo para mí. ¡Fregar toda la noche, como si no tuviera otra cosa que hacer! No, esta es la gota que colma el vaso...Me voy a ver a Dumbledore.

Sus pasos se fueron distanciando y se escuchó un portazo a lo lejos. Parecía realmente enojado, como nunca antes lo habían visto.

Filch había estado cubriendo su habitual puesto de vigía, el punto en el que habían atacado a la Señora Norris. Aunque el motivo del griterío era otro bastante distinto al de un gato petrificado colgando de una argolla por la cola.

Dianne y la cámara secreta² ✓ Where stories live. Discover now