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Naoto estaba insoportable. Aunque eso no era algo nuevo en su carácter tan reacio y amargo. Sin embargo, el caso parecía superarlo en todos los ámbitos de su vida. Seguro que acabaría con canas verdes luego de cerrarlo. Si es que logramos hallar al culpable.
Mi compañero dejó sobre la mesa un pilar de documentos que me obligó a leer; el contenido era poco o nada relevante, pues eran casos abiertos que la policía jamás pudo acabar. Naoto me observó durante largos minutos, esperando mi respuesta, probablemente. Al terminar, comprendí por qué había insistido tanto en que los leyera. Los sucesos que narraban eran idénticos al modus operandi de nuestro sujeto actual, quien debía ser un varón de 1,76 metros de altura y complexión fuerte. Poseía la misma descripción en los distintos casos, lo que me llamó la atención.
No obstante, las escenas de los crímenes eran obras meticulosamente planificadas; no hubo descuidos ni pistas que investigar. Todo indicaba que el asesino era inteligente y perspicaz. Naoto se desesperaba, porque era imposible no hallar evidencias con las que seguir un hilo, por diminuto que fuera. Él apostaba que se nos escapaba un detalle, demasiado irrelevante como notarlo.
—¿Y?
—El que está detrás de la muerte de Mei Suzuki podría ser la misma persona que la de los seis asesinatos obviados durante estos últimos dos años—dije sin alzar la cabeza, bastante entretenida ordenando los datos por fechas ascendentes—. Está claro. Sus anteriores víctimas corresponden con el perfil de Mei, fueron jóvenes de entre los veinte y los treinta años, facciones pronunciadas y ojos claros. También es interesante que todas las chicas fueran encontradas desnudas y en determinadas posiciones, como esta: en posición sedente.
—Exacto—contestó él satisfecho—. Por otro lado, si te fijas bien, en su tercera víctima, Aoi Yagami, se advierte un ligero cambio de actitud. Parece más seguro de sí mismo, mucho más vigoroso de acuerdo con su primera vez. Ray, el forense, me comentó que Yagami presentaba cortes limpios y profundos; es decir, usó toda su fuerza para hacerlo, y esa rudeza solo corresponde con la de un varón de altura promedio. Tal y como nuestro sudes.
—Pero Naoto, ¿Sabes que tus sospechas pueden ser erróneas?—pregunté recordando que el comisario nos haría caso omiso. El Sr. Shu había sentenciado que de no encontrarlo estaríamos fritos—. Al comisario Shu le importará una mierda que existan coincidencias. Quiere que hallemos al hijo de puta que mató a esta mujer.
—Obviamente ese cabrón no quedará impune—respondió Naoto dejándose caer en la silla, abatido y destrozado por hacerle poner los pies en la tierra—. Es que parece que el sudes jamás se equivoca y estoy seguro de que hay una conexión con los otros hechos. ¡Siento que están conectados de algún modo!
Observé cómo se frotaba la frente y dejaba escapar un suspiro. Palmeé su espalda con el fin de reconfortarle, recibiendo una mueca por su parte. Me erguí mientras ordenaba la mesa y anuncié que iría a por café. Ambos necesitábamos uno, y qué mejor que uno de la máquina del pasillo colindante. Pese a ser insípido, me sirvió de excusa para estirar las piernas un rato. Desde luego, agradecí poder despejarme de esas cuatro paredes. Habíamos permanecido en la sala por más de seis horas. Estaba agotada.
