❝Chifuyu Matsuno❞

1.3K 64 3
                                    

—Cuando tú y tu alma gemela se tocan, aunque sea un simple roce, sientes que esa persona es tu alma gemela;

—Cuando tú y tu alma gemela se tocan, aunque sea un simple roce, sientes que esa persona es tu alma gemela;

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

   Shoyo sufría de sobrepeso. Apenas se palpaban las costillas y la cintura; carecía de entusiasmo para jugar y, para más inri, era incapaz de acicalarse, porque no podía acceder a determinadas zonas de su cuerpo. Que tuviera esa condición física me extrañaba sobremanera, ya que era un gato de pequeño apetito. Sin embargo, estaba tan preocupada que cité a mi veterinario de confianza, Daichi Sawamura.

   Mucho antes de alistarnos a Shoyo y a mí, busqué en el ordenador razones por las que un animal doméstico, si su hambre es escasa, pudo llegar a tal punto. Me asustó pensar que mi gato podría estar enfermo, o, que la grasa acarreara a padecer una enfermedad con el paso del tiempo. Si bien me resultaba inofensivo que el anaranjado hubiera cogido unos cuantos kilos, también fue chocante verlo panza arriba. Shoyo era un felino persa, con un rostro chato y ojos azul marino; por ello, cuando advertí que su robustez no se debía sólo a la espesa mata de pelo que caracteriza a dicha raza, decidí que teníamos que acudir a un profesional. Y siempre agradecí mentalmente haberlo hecho.

   Eran alrededor de las siete de la tarde, anduve por las calles de Tokyo hasta detenerme frente a la puerta del veterinario. Estuve al borde de echar a correr durante el trayecto, pues a Shoyo le resultó entretenido maullar como una fiera mientras arañaba el transportín. Los transeúntes me observaban con una pizca de enfado y desconfianza; tal vez la fiesta que había organizado mi gato les molestaba. Seguro que el condenado debía estar regocijándose de mí, después de todo, le había traicionado. El anaranjado se meneaba hacia delante y hacia atrás, probablemente como manifiesto de su cólera por enviarlo junto a Daichi. ¡La última vez tuvieron que vacunarlo! Era una de sus vacunas anuales combatientes al PIF, la viruela y la leucemia; y yo lo había pasado mucho peor que él.

   Daichi Sawamura me recibió con una cálida sonrisa y los brazos bien abiertos, dispuesto a tomar al felino e iniciar el chequeo. Me hizo una serie de preguntas de descarte y a Shoyo unas cuantas pruebas que dictaminaron que estaba sanísimo.

—Shoyo está como un roble—bromeó el hombre mientras lo acariciaba—. Solo he subido unos kilitos tontos, mamá Alex.

   Reí por el tono infantil que había usado y por el casi zarpazo que le hubiera dado en el brazo por haber quebrantado su sagrada siesta. Incluso puede que por haber sido llamado “gato gordo; obeso” más de diez veces a lo largo de la tarde. Dibujé una sonrisa que mostraba cuán orgullosa me hacía sentir.

—En esta lista te dejo los pasos que has de seguir, porque, sí, Shoyo va a empezar una dieta—dijo Daichi señalando al susodicho con determinación—. Aunque no sea comelón, es importante que consuma un pienso bajo en calorías y que realice actividad física. Haz que juegue, que se mueva, porque el problema es ese: es un vago de primera.

—Ya veo—Volví a reír—. Bien, pues en cuanto este perezoso y yo salgamos de aquí, vamos a ir a alguna tienda de mascotas.

   El varón me ayudó a meterlo en el transportín gracias a que había dejado un ratón de terciopelo gris. Shoyo se lanzó en picado nada más verlo.

   Despedí a mi amigo con la mano tras pagarle sus servicios; pronto reinicié mi caminata en busca de la tienda de animales que Sawamura recomendó. Me comentó que era colega del dueño, Chifuyu Matsuno; y su empleado, Kazutora Hanemiya. Esta vez el demonio que portaba permaneció sereno y silencioso, lo cual agradecí bastante, pues lo último que deseaba era dar otro espectáculo.

   Doblé la esquina y llegué al lugar que me indicaron, topándome con unas letras en mayúscula “Pet Shop” y justo debajo “Palme”. Mucho antes de entrar, me deleité observando su escaparate, repleto de una surtida gama de piensos o accesorios para nuestros más fieles amigos. Pensé que un plumífero y un rascador serían la disculpa perfecta por hacerle pasar un mal rato. Shoyo era tan presuntuoso que podría durar toda una semana sin obedecerme, o, simplemente, sin dirigirme la mirada.

   Al ingresar en la estancia, pude percibir un ligero aroma a limón, apenas perceptible, pero agradable al sentido. Me aproximé hasta el mostrador, ahora con un felino inquieto, y esperé a que el responsable apareciera. Cinco nanosegundos después, un joven de cabellera oscura se había detenido frente a nosotros.

—¡Hola! ¿Eres Alexandra Yamamoto?—cuestionó él recibiendo como respuesta un asentimiento por mi parte—. Acabo de hablar con Daichi ahora mismo, me ha contado lo de Shoyo y ese problemilla suyo.

   Ambos nos echamos a reír. Hizo un ademán con la mano indicándome que lo acompañara, lo seguí de cerca por toda la tienda mientras el muchacho plasmaba un semblante dubitativo, también lejano. Estaba pensando, por supuesto.

—¡Aquí está!

   Las arrugas en su rostro se suavizaron y la tensión palió sobremanera. Dibujé una sonrisa tímida, porque jamás había admirado durante un lapso tan prolongado a nadie. No me describía como una chica atrevida o descarada. Sin embargo, el tipo era absurdamente bello.

—Reúne todos los requisitos que necesita suplir el pequeño Shoyo—explicó levantando el saco en el cual un felino idéntico al mío protagonizaba el estampado—. Además, es su gemelo.

—Es verdad—concordé sonriente.

   Una vez dio su discurso sobre todos los ingredientes que poseía, cuáles eran los beneficios incluso extras que lo ayudarían y de que cobrara el alimento, avivé mis pasos hacia la salida. No obstante, el joven irrumpió en mi campo de visión y me despojó de la pesada carga. Contuve la respiración. Aunque no supe durante cuánto tiempo fue, sí supe que el suficiente para transformarme en un tomate.

   El moreno debió sentir lo mismo que yo, ya que nuestros sonrojos competían en una batalla en la que llevaba ventaja, pese al calor en mis orejas y carrillos. La chispa que me disparó el tacto de su mano sobre la mía fue la detonante para descubrir que era mi alma gemela. Era un roce simple, pero cálido.

—Nunca hubiera creído y menos imaginado que conocería a mi alma gemela en el trabajo—soltó boquiabierto—. En sí, que llegara a conocerla algún día.

—Estoy igual de sorprendida que tú—susurré todavía colorada.

   Sonrió tan ampliamente que perdí sus ojos por unos segundos.

—Encantado de conocerte, soy tu alma gemela, Chifuyu Matsuno—se presentó esperando que le diera un apretón de manos; aunque enseguida la apartó para rascar su nuca, nervioso.

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
❝One-Shot | Tokyo Revengers❞Where stories live. Discover now