❝Naoto Tachibana❞

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One shot sin temática Soulmates;

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   Estaba fuera del caso. Sabía que en algún momento acabaría ocurriendo. La cordura y estabilidad de Naoto Tachibana erosionó a pasos agigantados; y fue Alexandra quién advirtió en ello. Se comportaba aún más irritable de lo normal, surcos oscuros marcaban unas tremendas ojeras y los ojos tomaron un color escarlata tras largas horas frente al ordenador. ¡Era una orden más que justa!

   Además, fue una sentencia de mayor peso cuando en una manifestación contra inmigrantes ilegales —organizada por un multimillonario de la extrema derecha, cuya ideología conservadora deseaba inculcar a las masas—, Naoto dejó a su equipo en plena faena, ya que halló a uno de los sospechosos que llevaba tiempo siguiendo la pista. Jamás había estado tan cerca de uno de los miembros de la Kanto Manji. Sin embargo, destilando orgullo y soberbia en su mirada, Manjiro Sano se deleitaba con la guerra que acababa de desatarse entre los civiles de bandos opuestos. Estaba claro, la ciudad había comenzado a polarizarse luego de la vasta influencia de los adinerados. Sobre todo, de las mafias.

   Aunque lo peor no fue eso. Alexandra se enteró por boca del inspector Hao que su compañero había sido apuñalado después de acorralar al delincuente en la estación de tren. Allí, agonizando, un popurrí de transeúntes socorrieron al policía. Naoto no dejó de nombrar a la chica. Era lo único que sabía decir en ese instante. Tal vez porque compartieron demasiadas horas de ensueño juntos o porque Alexandra sería la primera en apoyarlo al tomar aquella decisión. No obstante, en lo más profundo de su interior, reconoció el peligro al que se expuso. Incluso dictaminó que la herida se trataba de un castigo por correr en busca de un fantasma mientras los demás combatían la horrenda realidad de los hechos.

—Tachibana, tómate unos días de descanso—ordenó Hao de manera tajante—. Ninguno de mis hombres ha muerto o ha estado al borde de morir en ninguno de mis casos. ¡Retírese! ¡Maldición!

   Naoto infringió un par de leyes más, como lo fue mentirle a los de asuntos internos con que el navajazo lo recibió de un varón que trataba de agredir a otra persona. Insistió mucho en que solo quería frenar aquel acontecimiento. Los tipos recibieron una vaga descripción de un sujeto —inventado, por supuesto—; poco después, se esfumaron.

—Eso es que le caes muy bien—Le dijo Alex soltando una risita.

   Pese a ello, Naoto tuvo que morderse la lengua por haber sido expulsado del caso. ¡Él estuvo a nada de capturar al cabecilla de la banda! Una de las más buscadas y controversiales de Tokio. Si cazaba a ese cabrón, todo acabaría.

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   Alexandra lo supo, ese idiota estaba a leguas de obviar un asunto de tal gravedad.

—Necesito tu ayuda.

   El chico reposó sobre la mesa un bollo de crema y un café con leche. Su gran aroma inundó la sala, embriagándola completamente. La castaña alzó la mirada y él ya la tenía clavada en su rostro. De soslayo vio el postre delante de sus narices, se relamió los labios casi de forma automática.

—Bueno, pero tendrás más bollos—vaciló apoyándose en el respaldo, le dio un sorbo al café y esperó a que hablase.

—Mira esta foto.

   Acercó una hoja de tamaño A4 a sus manos, en el centro posaba un Manjiro Sano sonriente y a su lado un chico pelirrojo. Alexandra no pudo reconocer al segundo. Le resultó familiar, pero...

—Son Manjiro Sano y Atsushi Sendo—explicó Naoto—. Se conocen. Atsushi está metido en esto y se esfumó después de que habláramos con él… ¡Ha desaparecido!

   Tenía que luchar consigo misma para negarse, construir un muro inquebrantable y enviarlo a la reverenda mierda. Ni siquiera le había preguntado cómo se encontraba o cómo llevaba el tema. No. Él marcaba unos límites que la abrasaban. Ella solo deseaba oír la preocupación por lo pasado. “Un abrazo tampoco vendría mal”.

—Necesito la ubicación de su móvil, pero a mí me pondrían al final de la cola—susurró balanceando su cuerpo hasta el de Alexandra, cuya expresión desinteresada todavía se sostenía—. Por favor, Alex, por favor.

   Suspiró. Soltó el vaso de cartón y le dedicó una intensa mirada a su compañero. Negó con la cabeza porque los pensamientos la abrumaban, un popurrí de voces —como las de un ángel y un demonio— se contradecían. Naoto se mantuvo en sus trece, pero ella también era terca. Era dura de roer. Por eso la apreciaba tanto.

—¿Sabes por qué el inspector Hao te mandó a casa, Tachibana?—preguntó ella.

   Pareció meditarlo durante unos segundos. Luego, con total certeza, dijo.

—Porque es un gilipollas.

   “No va tan desencaminado” pensó Alexandra tratando de apaciguar las cosquillas que se extendían por su torso. Quiso largar unas cuantas carcajadas que se vieron ahogadas por una mueca de concordancia. Eso no iba a negarlo jamás.

—Además de por eso—respondió. Estampó una carpeta de entre las cuatro que poseía y enumeró—. Asesinato… Asesinato… Violación… Y asesinato… Todos los casos son nuestros, y no podrás resolverlo si te obsesionas así con uno.

   Ella dio en el blanco. Como siempre lo hacía.

—Lo entiendo—murmuró vencido y sin oportunidad de rebatir. Sin embargo, estábamos hablando de Naoto Tachibana, un tipo tozudo y de juicio sensato: era una pista que no dejaría escapar—. Pero ¿vas a ayudarme o no?

   “¡Qué remedio!” lamentó Alexandra al compás en que fue apresada por el cuerpo de Naoto, se había lanzado en picado hasta ella y le sonreía de verdad. Sintió el corazón bombear a un ritmo vertiginoso; incluso que acabaría fuera de su pecho en cualquier momento. Disfrutó la calidez que desprendía el abrazo de su compañero mientras su cerebro le devolvía los pies a la tierra. Ellos trabajaban en equipo y así marcharía por el resto de su vida.

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❝One-Shot | Tokyo Revengers❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora