LLEGANDO A TERRITORIO TEOTIHUACANO

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Grandes cosas han pasado en tierras mexicanas, ya que ha sido un territorio donde los grandes héroes se levantaron de la adversidad para darle a su pueblo la soberanía que les fue arrebatada, sin embargo, para conseguirlo, encarnizadas y brutales luchas se libraron, así como grandes actos de traición, que fueron perpetrados por gente malévola de la cual, ni siquiera en tiempos tan civilizados para el país azteca, se ha podido hacer frente, permitiendo así, que aún exista y puede coexistir en los más íntimos círculos familiares, que dieron pauta a la presente historia.

Corría el año de 1950 y por entre las montañas nevadas y activas volcánicamente del Estado de México, un autobús de pasajeros se lograba ver, uno de los más comunes en la nación, verdes y blancos con los más incómodos asientos que se puedan imaginar en los que no se podría aguantar más de una hora sentado sin respingar, solo que, no había una sola queja, puesto que en ese autobús, la felicidad debido a la aventura de lo desconocido reinaba y contagiaría al más amargado de los hombres. Aquel transporte se estaba dedicando a llevar una caravana proveniente del Estado de Jalisco hasta las pirámides de Teotihuacán, lugar rebosante de historia antigua que se encargaba de decirle a la modernidad que sus orígenes estaban presentes en algún lugar y que deberían ser admirados.

Entre los pasajeros de aquella caravana, se encontraba una familia completa, que según lo que alardeaban entre sus eufóricos gritos, iban a visitar las pirámides como un regalo para la hija quinceañera de la señora Mercedes que se sentaba lo más cerca de la puerta de entrada. Bueno era saber que una joven de esa edad eligiera un lugar histórico como destino de regocijo para celebrar un cumpleaños, a escoger que se le realizara una ostentosa fiesta, la cultura entre los jóvenes parecía ir en aumento gracias a que la educación ya estaba tomando un rol bastante correcto en la sociedad mexicana.

No solo la familia era la única en estar presente en aquel enorme vehículo, sino que otras tres personas viajaban de manera individual, aunque con intereses similares y que por acto de la Providencia se encontraron para formar una buena amistad, bien se ha hablado de la facilidad con la que el mexicano puede formar vínculos de camaradería con cualquier persona, y en ese caso, no fue la excepción.

El primero de ellos, era un historiador de nombre Sandro de la Madrid que como honor a su profesión, iba con expresa misión de recabar la mayor cantidad de notas y fotos del lugar para poder continuar con su labor de escritor, trabajando directamente para la secretaría de educación, y el libro que terminara de escribir una vez su periplo concluyera, se llevaría directo a todas las escuelas del país, cosa que por obviedad, le llenaba de orgullo y no dejaba de sacar el tema a sus recién adquiridos amigos casi hasta el punto de la desesperación, siendo por poco tomada la decisión de bajar del autobús al egocéntrico historiador.

El siguiente pasajero, que de su mano no podía despegarse un grueso tomo perteneciente a la más clásica y hermosa literatura, El Conde de Montecristo, aunque era evidente que miraba de reojo y escuchaba con mucha atención a los eruditos en sus respectivas disciplinas, éste de profesión médica, era el famoso doctor cirujano Javier Villanueva, que fuera maestro de otro doctor en carrera ascendente como lo es Ramón Salvatierra, el forense. Según las pocas palabras que emitió durante el viaje, sus motivos eran por puro placer ya que siempre tuvo predilección por las cuestiones históricas, y las pirámides, aunque fuese increíble, era la primera vez que las visitaría.

En cuanto al tercer y más enigmático pasajero, se trataba de un hombre que fumaba como chacuaco, siempre cargaba una cajetilla de la marca Baronet o Faros, siendo los primeros, sus favoritos, así como una buena dotación de puros, éste hombre vestía con un grueso y largo (tanto que colgaba hasta el suelo) chaquetón oscuro con el cuello elevado, por él, recorría una bufanda tipo fular muy elegante y de tonos grises, y un bombín en la cabeza de la misma tonalidad negruzca que su indumentaria, adornado con un listón rojo, debajo una camisa blanquecina bien planchada y una flor de tulipán siempre en el pecho, y por último, unos pantalones de vestir también negros y bien fajados, su nombre, quizá pueda resultar conocido pues era un hombre respetado y galardonado por las esferas más altas de la profesión policiaca y detectivesca, César Antonio Cardenal, uno de los detectives privados más prominentes de la nación azteca y de los pocos que se han enfrentado a toda clase de injusticias, incluso, desmantelando carteles criminales completos a pesar de su corta edad de treinta y cinco años. ¿Qué hacía ahí ese importante sujeto? ¿Detrás de un nuevo caso? En absoluto, estaba gozando de las vacaciones que él mismo se había otorgado, pero como siempre el trabajo persigue al ocio, no sabía que su descanso volvería a ser interrumpido por una nueva investigación. Éste ocio lo había llevado a visitar uno de los monumentos históricos más reconocidos por su también afición a la historia y no podía estar más complacido de encontrarse cerca de alguien que dedicaba su tiempo a estudiarla.

MUERTE EN LAS PIRÁMIDESWhere stories live. Discover now