UN JOVEN REBELDE

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El chocar de las bolas de billar hacía un eco en la habitación, un grupo de jóvenes se encontraban jugándolo, eran los únicos presentes en aquel cubículo de luces titilantes y focos solitarios que daban únicamente la iluminación justa para que se vieran las mesas y se pudiera apreciar el juego.

La bola blanca había dado contra el disperso montón de bolas de colores, haciendo una partida casi perfecta, puesto que las de mayor valoración habían entrado en los agujeros y poco quedaba para que el habilidoso tirador se llevara el juego. Retiró el taco de la raspada mesa, consiguiendo rasparla aún más y con una exclamación se burló de sus compañeros. El grito también se escuchó solitario, el único ajeno a los jugadores era el dueño del lugar, que ya tenía a los jóvenes esos como clientes frecuentes de los últimos tiempos, nunca le había ido tan bien en el negocio, pudiendo comprar las cervezas más baratas para saciar la peligrosa sed de los que parecían casi adolescentes, y poderlas vender a precio de oro, con tal que necesitaran salir al exterior para conseguirlas.

Los otros chicos lo ovacionaron y metieron presión en el siguiente competidor, por ende, estaba obligado a marcar mediante la introducción de la bola negra en el agujero, y sabemos que en cualquier tiempo, la amistad entre los jóvenes masculinos siempre había sido hosca y bastante vulgar, por lo que las barbaridades que se comentaron sobre cualquier tema, quedan fuera de interés, pero sí, improperios de mal gusto que conseguían calentar a cualquiera que las escuchara, por lo que la presión en ese último tiro decisivo era mayor, además, entre hombres no solo se jugaba el dinero que se apostaba ni el poder regresarles las groserías con el tono más triunfante que se pudiera al salir vencedor, sino que era una clase de honor lo que estaba en juego, una regla no escrita de tener que demostrar todo de lo que se era capaz en cualquier disciplina en la que se les retara, de hecho, los retos tenían significados casi filosóficos cuando se trataba de una congregación de hombres jóvenes los que se los imponían entre sí.

De entre la oscuridad emergió el muchacho que en sus hombros tenía la responsabilidad de ganar. Tembloroso y sin mucha confianza tomó el taco que su compañero le extendió, quitándoselo con rudeza y encendiendo las alarmas, los demás chicos comenzaron a hacer un ruido que indicaba antagonismo, una especie de "U" alargado hasta el infinito, ¡Qué contrariedad la del primer tirador! Aunque amigo del que ahora estaba por tirar, también se dedicó a insultarlo, poniendo en duda su hombría múltiples veces, desatando risotadas generalizadas.

El chico vestía de manera muy singular y que distaba de lo desaliñado que algunos de sus camaradas portaban, llevando puesta una chaqueta marrón un tanto manchada, como si la hubiera usado hasta para dormir, puesto que se encontraba arrugadísima, jamás una plancha debió de pasar por esa prenda. Debajo de ésta, una blanquecina camisa con un cuello elevado y abierto hasta dejar ver el pecho, en el cual, unos tres pelos eran visibles, a veces era inentendible el hecho de que les gustaran esas fachas si ni buena alfombra tenían para presumir. Un crucifijo de oro acaparaba todas las miradas y lo hacía aún más en la posición estirada que adoptó con el taco en mano, pues colgaba de su cuello y les hacía creer a los jóvenes que a su amigo se le caería el cuello con semejante joya colgando de él. Unos pantalones ajustados y sujetados con una hebilla, eran todo su estilo para esa tranquila noche.

―Vamos Camilo, tú puedes―animó uno de los muchachos mientras le daba un largo trago a su cerveza.

―No nos decepciones, tú que eres tan bueno en el billar, dudo que falles esta, la tienes rete fácil―dijo otro.

―Ni con todos los ánimos del mundo me va a ganar el maricón este―se burló el que anteriormente había tirado―, es un imbécil para tirar. Oye, amigo, si no le atinas me vas a dar ese relojito lujoso que tanto te suena, ¿O qué?

MUERTE EN LAS PIRÁMIDESDove le storie prendono vita. Scoprilo ora