UN EMPRESARIO CAPRICHOSO

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―Buen día, don zarape―dijo un hombre que iba entrando a una rústica habitación que disponía de finos tallados en madera, que correspondían a todos los muebles y misceláneos. No podía haber otro que pudiera permitirse semejantes lujos, más que uno de esos escasos, pero existentes magnates mexicanos que hicieron su fortuna con un golpe de suerte, sin duda, su nombre debe resultar familiar, y ese era Salvador.

La persona a la que éste se dirigió soltó un suspiro enérgico y desenfadado, que llevaba a pensar que Salvador solía dirigirse a él con ese apodo. No se molestó en replicar y solo enarcó las cejas. De manera servicial tomó el pomo de la puerta que también tenía sus retocados elegantes y la empujó ligeramente para dejar pasar al que irrumpió.

―Don Serapio―contestó el aludido, corrigiendo a Salvador. El antes mencionado ondeó la mano, y dándole la espalda a Serapio soltó una risa fingida.

¡Pobre Serapio! El pobrecillo hombre se desvivía por su empleo, solo vivía para servirle a quien pusiera una mínima cantidad de dinero en su bolsillo para poder darle lo más digno a su numerosa familia. Persona proveniente de las más humildes raíces con las que el estado que lo vio nacer, podía ofrecer, como lo era Zacatecas. Lo que tenía qué aguantar, y lo que gracias a su desfavorecida posición podía conseguir. Resistir no solo las largas jornadas de trabajo doméstico, sino que las humillaciones de su patrón, que aunque rico por casualidad y por ciertas peculiaridades en su ritmo de vida, éste sí había olvidado por completo sus propias humildes raíces y se sentía con el derecho de tratar no mejor que a un perro, a su empleado. Pero eso sí, el ejemplar zacatecano no desdibujaba de su rostro aquella expresión servicial y dadivosa, así como esa paciencia férrea que los mismos trabajos que con anterioridad había realizado, le trajeron por añadidura, siendo estos, una larga porción de su vida en el comercio, en el campo, y hasta en las minas, ¡Todo un hombre de mil usos!

―Ah, sí, Serapio, gracias por dejar dispuesta mi habitación de trabajo―dijo Chava con voz altiva mientras recorría el poco trayecto a recorrer hasta su escritorio, igual de rústico que todo lo demás. Algo lo puso a reflexionar, y eso fue una pila de papeles que se amontonaban y casi se desbordaban del escritorio. No recordaba que hayan estado así antes. Creyó que se trataba de más trabajo y decidió despejar su mente hablando con su criado, ya dejaría para más tarde el papeleo. Aunque, algo le inquietaba, ni siquiera él sabiendo lo que era.

Se deslizó por el escritorio y se sentó en una silla de madera acolchada, suspiró de placer e invitó a pasar a Serapio.

El criado, con duda y extrañeza de la actitud de su patrón, obedeció y se acercó, más no se sentó, desde siempre, le parecía indigno y hasta grosero ocupar algún asiento en casa de alguien importante, y aunque hayan sido pocos los lugares importantes donde había acudido, sin duda, no se sentía confidente de siquiera dejar su puesto por cruzar unas palabras con alguien, incluso si éste era su patrón. ¡Así de azorada estaba la gente en aquel entonces! ¿Indigno sería que un ser humano se siente frente a ti? Debería estar loco quien lo crea, ese constante victimismo y denigración entre iguales ha llevado a la sociedad a una decadencia y una fragmentación sin precedentes, en especial a la sociedad mexicana de ayer y hoy, ¿Qué importaba que fuera el criado? Una persona merecía un mejor trato, pero, en su cabeza ya estaba bien enraizada como un viejo roble al suelo, la idea de que a quien debía servir, no había siquiera manchar sus pertenencias con el roce de sus curtidas manos callosas. Así fue, y no se sentó, solo se posicionó como estatua frente a Salvador.

― ¿Qué esperas? ¡Siéntate!―lo animó con rudeza.

―No señor, no se preocupe, aquí estoy bien―afirmó Serapio, el cual, no podía dejar de ponerse nervioso, pensaba en su esposa y en sus chamacos, esos eran por los que aguantaba esa mirada matadora y juiciosa con la que Salvador lo miraba. Esta vez sonrió deliberadamente y casi lo obligó a sentarse con un brusco empujón.

MUERTE EN LAS PIRÁMIDESWhere stories live. Discover now