DECLARACIÓN DEL BOTONES

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La orden de Cardenal fue muy clara. Se necesitaba saber lo que vio el botones manco ese día, fue el único que rondó por el hotel como si siguiera la peregrinación del viacrucis, y no solo eso, sino que había un par de situaciones de las que el detective sospechaba, podrían ser cruciales en el ritmo del caso, ¿fue realmente él, la persona que se escurrió entre la oscuridad? Algo pensó, e intentó poner en la pista de baile a un nuevo danzante, y ese era el papel quemado, recordó que la chimenea no estuvo prendida en todo el día, hasta que, presumiblemente, la noche enfrió. Otra cosa que no encajaba, era la presencia de una nueva recepcionista a la mañana siguiente, todo aquello fue comunicado a Samuel, que tendría el deber de llevar a cabo la indagatoria. Se le dijeron con exactitud los puntos que debía tocar, y lo que debía observar a su llegada. No lo defraudaría, lo sabía, tenía facultades.

Samuel, sin darle importancia a la creciente lluvia, corrió a la patrulla, llenándose de lodo las botas y manchando el tapete oloroso del automóvil. Como estaba emocionado (así como en un apuro, y requería de llegar rápido), encendió la sirena, la cual, fue respetada por todos los automovilistas y peatones que se encontró, orillándose cuando la oían venir. Sentía plena confianza en sí mismo, por fin, un verdadero acto justiciero del que estaba formando parte, por eso había entrado al cuerpo de gendarmes.

Hubo un rápido pensamiento que lo invadió durante el camino, y ese fue, un recuerdo, que logró hacer que su determinación llegara a las nubes. Hacía un año que se vio involucrado en la búsqueda de un poderoso mafioso que había cometido bárbaros crímenes durante toda su trayectoria, y cuando por fin fue encontrado, se le dejó libre, y jamás supo por qué, especulando pues, que la misma justicia que lo llevó a los tribunales, hizo un pacto para que saliera impune, quizá por algún beneficio a ambas partes. Esa vez no dejaría libre a ningún criminal, no lo permitiría.

Pisó el acelerador y derrapó al entrar a las curvas de la ciudad, todo gracias a lo mojado de las carreteras.

Recibió del detective, el papel amarillento y corroído por los efectos del fuego, así como el rosario de cuentas de madera que atesoraba y siempre cargaba consigo. Le dijo: "Tenga fe en Dios, él le dará la iluminación que necesita, pero no se lo deje todo a él".

Llegó al hotel, dando tumbos y bajó de la patrulla con aires serenos y dejándose llevar por la brisa, cerró los ojos y asintió, como si se contestara una pregunta a sí mismo.

Miró a ambos lados de la calle y cruzó. Metió pie en el acelerador de su andar, al ver que un coche se aproximaba y no tenía intenciones de detenerse.

La gente que caminaba por la larga avenida del hotel central, caminaba distraída y con destinos tan variados como gustos de comidas o bebidas. Empujaron a Samuel y ni se disculparon, estaba tan chaparrito que seguro y no lo vieron.

Se acomodó la corbata, las mangas y el cuello, así como alisándose el azulado uniforme para intentar quitarse las motas de polvo. Entró al hotel y una campanilla lo recibió. Los huéspedes que yacían sentados en la pequeña salita, voltearon a la empapada y blandengue figura, que ahora tapaba el acceso principal, y al ver que su silueta no concordaba con la apariencia de lo que ellos esperaban ver en un cliente de aquel prestigioso hotel, simplemente volvieron a sus actividades sin prestar mayor atención. Es más, una señora le preguntó a su marido: "¿Qué hace un uniformado aquí? Con un tono despreciativo. Y él le contestó: "No lo sé, pero es un sujeto vulgar que persigue a gente vulgar". Todo, por supuesto, escuchado por Samuel, sintiéndose un poco mal por la actitud de la gente, aunque recordó que solo iba a hacer su trabajo y no a caerle bien a la gente.

Se paró en el centro, donde el piso cuadriculado como tablero de ajedrez, y de ahí, giró con dirección a la recepción. Una despampanante muchacha de cabellos rojizos estaba ahí, cuyas curvas de infarto, apoyadas por el vestido entallado de holanes, logró cautivar al joven; y no solo eso. Cardenal le dio una descripción muy clara de la mujer que lo recibió al llegar al hotel, y esa, concordaba más con las características descritas de la nueva recepcionista de ese día. Samuel dijo:

MUERTE EN LAS PIRÁMIDESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora