¿QUÉ DECÍA LA CARTA?

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La desaparición de Azucena comenzó a preocupar a los dos hombres que se encontraban presentes discutiendo el caso, uno opinaba algo y el otro lo corregía. No obstante, César se veía reservado, evitaba emitir algún juicio previo sobre lo escuchado en ese día, su intriga se encontraba en la tenacidad de su sobrina. Ella llegaría a esclarecer algo que el detective había dejado de lado porque carecía de las herramientas para seguir usando aquello como evidencia.

La exclamación por parte de los demás inquilinos de la vecindad hizo que César y Aquiles corrieran las cortinas para ver qué pasaba. Las lavanderas empezaron a murmurar, el mariachi paró su canto, el futbolista, que miraba de reojo por la mirilla de su puerta, salió para saludar a la persona que venía con urgencia en dirección de la residencia del hombre de la ley. Qué curiosa era la naturaleza de los que convivían en la vecindad, todos tenían siempre ganas de enterarse de todo aunque no les incumbiera, que la persona en cuestión les fuera odiosa, amistosa, el sentimiento que profesaran por ella, realmente no importaba, porque no respetaban a ningún individuo y la privacidad era inexistente, a lo mejor de ahí Cardenal aprendió sus malas prácticas de anti confidencialidad. ¿Quién venía que hizo que toda la vecindad parara sus actividades solo para verle? Hablando del rey de Roma, por la puerta se asoma, en este caso, quien ascendía por la escalera, llevando consigo una pesada maleta era Azucena.

― ¡Méndiga gente desobligada!―exclamó la joven, una vez se hubo parado frente a la puerta del número doce. Ambos Cardenales se apearon de sus asientos para abrirle y que ésta entrara―. No tienen nada qué hacer nomás que andar chismorreando, ese desagradable cara de palo del Santiago nomás me anda echando los perros cada que paso, ya me chifló―muy poco le quedaba para volver a salir y zamparle una cachetada al desdichado futbolista.

―Ay hermana, es que estás que te caes de bonita, ¡si no fueras mi hermana también andaría tras de ti!

―Ay Aquiles, diario con tus mermas, si ya sabes que mi corazón le pertenece a Jairo.

―Ya de eso hablaremos después, señorita―César, sin tacto alguno le jaló la oreja―, por el amor de Dios, explícame a dónde te fuiste y qué haces con esa maleta.

―Tengo la respuesta para un pequeño enigma que usted dejó inconcluso, tío―dijo ella, sobándose la oreja―, pero qué feo me trata, no debería ni de ayudarle.

―A ver, sobrinita hermosa, mi cielito bello, dime qué carajos se te ocurre, me llena de intriga, desde que te vi como danzante por la habitación, esa inquietud que es solo tuya, delató que se te ocurrió algo.

―Tío, creo poder recuperar algunas más letras de la carta quemada que encontró en la escena del crimen―levantó un dedo y cerró los ojos, mostrando una sonrisa triunfadora.

― ¿Te has vuelto loca, hermana? ¿Cómo puedes recuperarlas si ya están más que en el olvido?

―Que no sepas tú hacer algo, no significa que no sea posible hacerlo, ¡Hay una manera! Ya pudiendo recuperar una o dos letras ya es ganancia.

―Me sorprendes―César peló los ojotes pestañados y se rascó las patillas―, casi que ya había tirado esta carta porque no pude dar el golpe incriminatorio final, si puedes hacerlo, la verdad es que ya tendría bien sabido quién será mi sucesora y hasta la dueña de mi herencia. Muéstranos pues, lo que tienes en mente. De antemano te digo que no se me ocurre nada.

―Caballeros míos―se quitó su hermoso sombrero con motivos de flores y lo colocó sobre la mesita del comedor. Invitó a acercarse a los espectadores. Se movía con una gracia inmensa, se le veía contenta y segura de sí misma, rara la vez que la veían así, y sabían que cuando eso pasaba, una gran idea se le había ocurrido―, voy a necesitar un par de cosas, así como hacerles unas advertencia.

MUERTE EN LAS PIRÁMIDESWhere stories live. Discover now