UNA VELADA CON EL DETECTIVE

11 0 0
                                    


Cardenal estaba muy a gusto en su pequeña habitación, se había metido a bañar y comprobó que sus perfumes estaban intactos, vaya proeza del botones, se decía. El agua lo relajó bastante y agradeció a Dios de no vivir en la época victoriana inglesa donde la ducha era una actividad solo exclusiva para pocas ocasiones y se prefería que la cáscara guardara al palo, nombre, ¿Cómo aguantaban los olores? No lo sé, pero qué asco.

Salió de la regadera, se rasuró los pocos pelos que le crecían en la barba de pelos polacos y se hizo un ligero corte que comenzó a arder. Se acomodó las largas patillas que tanto le gustaban y como el perfeccionista que era, no se movería hasta que no quedaran cuadradas y simétricas, y por último, pasó a su actividad favorita, probar los diez perfumes que había llevado, desde fragancias discretas, de las mejores conseguibles en México, hasta otras más potentes y de olores que pocos podrían comprender cómo se habían convertido en éxitos, provenientes de Francia donde la importación era el único aliado. Repetía varias veces: "Si una mujer sin perfume, es una mujer sin futuro, el hombre sin perfume no tiene ni siquiera presente". Al final, ni uno ni otro, se puso uno de diferentes combinaciones herbáceas que él mismo había fabricado, la química formaba parte de sus pasiones, así como la botánica, por lo que solía experimentar con ciertas plantas para conseguir esencias nuevas, dignas de cualquier portento como las de Dior o Chanel, y las escribía en una libretita que llevaba siempre consigo.

La habitación quedó impregnada de un fuerte olor amargo que a él le parecía exquisito y se tiró a la cama mientras dejaba pasar el tiempo para la velada. Ya estaba empezando su boca a añorar el sabor al cigarrillo, pero ahí adentro no podía fumar, y aparte, no quería que el olor a tabaco perturbara su muy afrodisiaco ambiente.

De la mesita de noche tomó su reloj y al dar las siete y media decidió que era hora de arreglarse. Todo está muy tranquilo y callado, estos debieron de haber bajado mientras me bañaba. Se abrochó los botones de su camisa color salmoncito y se echó la gabardina negra encima, siempre que la veía recordaba a García y a aquel caso que por poquito y de un plomazo lo mandaban más pronto a tocarle a San Pedro, casi podía oler en la indumentaria esa que le regaló, a las montañas cercanas y las rancherías de aquel pueblito michoacano donde fue a buscar a Filiberto, Yurécuaro...muchos recuerdos en una prenda.

Quitó el bombín del perchero y se lo puso, asegurándose de que la tela no tuviera ningún daño y que la pluma que la adornaba, no se haya caído.

Por último, comprobó que su bebé estuviera consigo, ¿su bebé? Efectivamente, una pistola Magnum que por poco y ya formaba parte de sí, como un órgano vital que de ser extirpado, moriría. Últimamente se había vuelto muy desconfiado y veía el peligro en cada rincón, y eso, nunca lo dejaba disfrutar de los momentos ociosos, con decir que en más de una ocasión, fue víctima de ataques a su persona con objetivos fatales, sin embargo, las había librado todas y a más de alguno le demostró que con él no debían meterse. Ahí estaba su Magnum, muy parecida a un revólver, aunque con el cañón más gordo y alargado, con un color plata reluciente y una empuñadura azabache que combinaba con su gabardina. Metió sus cajetillas de cigarros y salió de la habitación asomando la cabeza como si quisiera no ser visto ni oído.

Se percató de dos cosas, en primer lugar, que el doctor era un holgazán y una persona de poca palabra por su incapacidad de llegar a tiempo, y en segunda, ¿Qué rayos hacía el profesor tocando a la puerta de doña Mercedes?

César observó con prolijidad, era como un ninja en la oscuridad, imposible que lo vieran.

Sandro llevaba un montón de papeles bajo el brazo, se alcanzaba a leer en letras grandes la palabra "Kodak", suponiendo que eran los manuales de la cámara que tanto se había empeñado en leer. Un fuerte olor a una loción barata llenó el pasillo, también olor a jabón, concluyó que el profe subió para ducharse y se bajó a leer, y ahora había vuelto a subir por alguna razón.

MUERTE EN LAS PIRÁMIDESWhere stories live. Discover now