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  Lo que no se muestra

FRAN.

Era viernes por la noche, estaba sola en casa, mamá y papá habían salido a celebrar su aniversario y Amiel... no había vuelto a casa, para variar.

Me encontraba sentada frente al televisor, viendo una serie de lobos adolescentes, que pasaban de dar un examen de cálculo a salvar al pueblo de jinetes fantasma asesinos...

Lo típico.

Estaba aburrida, ya no sabía que hacer, quería algo de emoción, lo necesitaba. De pronto una idea pasó por mi cabeza y me pareció muy razonable. Subí a mi cuarto, me cambié el pijama por unos vaqueros sueltos de color gris, una camiseta de "the Neighbourhood" que tenía archivada en lo más oscuro de mi clóset y una chaqueta negra básica. Pensaba salir cómoda y ya, además se me veía bonito, no hay mejor combinación que esa.

Salí a la calle sin pensarlo mucho, el plan era sencillo, ir a la escuela, subir a la terraza por las escaleras traseras y ver si encontraba al malhumorado ese. Quería que me llevase al inframundo ya que yo no conocía como llegar.

Una vez estando en la escuela, mi plan comenzó a parecerme absurdo, si él no estaba allí, entonces salí de casa para nada. Aunque también podía continuar con lo que había empezado, pero, ¿tenía el valor para hacerlo?

Subí las escaleras de la escuela, que tenía una seguridad asquerosa a decir verdad. Llegué a la terraza y tal como lo planee, el estaba ahí, sentado en el borde, con un cigarro en la mano.

—¿planeas lanzarte tu también ahora?

Mi voz ni siquiera lo asustó, solo soltó una risita apagada y tiró su cigarrillo hacia abajo.

—Debe ser por haberme juntado tanto contigo, me pegaste lo cobarde.

—Tan dulce como siempre, sabes... Empiezo a pensar que buscas alejar a las personas con lo que esa boca suelta.

Me acerqué a él y sin preguntarle, me senté a su lado.

—¿Ah si?, ¿Y por qué no desapareces tu también?

El chico me miraba vagamente por momentos y luego volvía a un punto fijo en el horizonte.

—Simple, no me importa lo que digas.

—¿Acaso estás acostumbrada?, ¿Mami te trata mal?

—¿y la tuya?—contrataqué y al ver qué se quedó callado supe que había ganado.

—Touche.

Solté una carcajada agria. El me ofreció un cigarro y lo encendió.

—¿Viniste a buscarme?, ¿Tu hermano no intentó detenerte?

—No está en casa, casi nunca está a decir verdad, se la pasa en pandillas, haciendo quien sabe que cosas.—le di una calada al cigarrillo.

—Matando gente por ejemplo...

—¿Por qué dices eso?, En el bar dijiste que la pandilla de mi hermano mató a tus amigos, ¿Qué fue lo que pasó?

—Una pandilla incendió la casa donde estaban mis amigos... Tu hermano forma parte de ella.

—El... ¿Mi hermano formó parte de ello?, Quiero decir, él los...

No podía creerlo, mi hermano no era capaz de algo así...

—No lo sé, no les vi las caras, iban tapados, pero vi el collar, el que lleva tu hermano, uno de ellos tenía ese collar.

—Ese collar... era de mi hermano menor, Amiel lo tiene hace unos cuatro meses, lo tomó cuando murió...

El show de los fenómenosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora