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Si pudieran salvarme...

FRAN

Bajé las escaleras dispuesta a fingir mi mejor sonrisa, no tenía ganas de dormir en el granero otra vez. Me reconfortaba saber que al volver a mi cuarto podía hablar con el inframundo.

La mesa estaba tendida, todos estaban sentados en ella, esperándome.

Para nada fue incómodo...

—Buenos días...—fue lo que salió de mi boca, pero segundos después me arrepentí de haberla abierto.

—Te has despertado demasiado tarde Francesca.—soltó mi tía mientras tomaba una pata de pollo.

—Lo siento, es que anoche me sentía mal, creo que me desmayé al llegar... No volverá a pasar.

—Eso espero—amenazó mi tío, ese viejo uraño que solo salía de su cuarto para comer, orinar, fumar un puro, golpear a sus hijos o acosar a las niñas que pasaban rumbo a la escuela. Totalmente repugnante.

Por suerte, nunca tuvo intención de golpearme o hacerme la vida imposible, prefirió ignorarme, así era más fácil para ambos.

—Hoy habrá una venta de alimentos en el pueblo y tú iras con tus primos, no vuelvas a menos que hayas vendido hasta el último grano de arroz.—Mi tía me hablaba directamente a los ojos lo que me producía escalofríos.

Sólo me limité a asentir, de todos modos no podía negarme o todo sería peor para mí.

No estaba segura de como sobreviviría todo el verano en este lugar, pero debía intentarlo, nadie vendría a salvarme esta vez.

(...)

Estábamos vendiendo los productos, nadie me hablaba y eso me mantenía tranquila. La mercadería se vendía muy rápido así que en menos de una hora ya estábamos de camino a la casa otra vez. Decidí pasar por una tienda y compré cigarros, un cargador portátil para mí celular y unos dulces.

—Oye Francesca, ¿qué se siente estar aquí sola?, Digo, antes tenías a Lans para salvarte, pero por obvias razones ya no está...

Mi primo mayor soltó el primer golpe, su frase me caló en el alma pero no lo demostré, con ellos jamás debes demostrar dolor.

—Estoy bien, gracias por preguntar...—esquivé su comentario como pude, aguantando mis ganas de llorar.

—¿Qué es eso que tienes ahí?—dijo el menor, atravesandose en mi camino y tomando con suma rapidez la bolsa que tenía escondida en mi abrigo.

—¡Dámelo!, ¡No te importa!, ¡maldito idiota!, ¡es mío!—grité pero no obedeció, abrió la bolsa y extrajo los cigarrillos junto con el cargador, tiró los caramelos y se llevó todo lo demás.

—¡Mamá estará muy decepcionada con esto Fran!, Que pena por ti...—Mi prima sonreía mientras nos acercábamos cada vez más a la casa. Quería correr, no quería llegar, sabía lo que me esperaba.

—¡No se lo enseñes!, ¡tiralos!, ¡quédatelos!, ¡no lo sé!, ¡pero por favor no le digas!

—¿y perderme la oportunidad de que te castiguen?, Definitivamente no.—soltó ella.

—¡Vayanse a la mierda todos!—Lo solté, sin siquiera ponerme a pensar lo que dije, sin darme cuenta de que después de soltar tan estúpidas palabras, todo sería peor.

—Que feo vocabulario tienes prima, debemos hacer algo para arreglarlo,¿no te parece Tam?—me regañó el mayor, dirigiéndose a su hermana, la cuál sonrió a más no poder.

Sabía lo que venía, tenía que correr, debía hacerlo en ese instante o caer por esa azotea sería lo menos doloroso qué viviría.

Actué por impulso, corrí tan rápido como mis piernas me dejaron, entré dando tumbos a la casa, mi tía y su esposo me observaban sorprendidos, ella comenzó a llamarme, a gritar y retarme desde lo lejos, pero yo solo corrí, cada paso era una ventaja. Me encerré en la habitación, trabando todos los cerrojos que pude, corrí la mesita de luz poniéndola frente a la puerta.

El show de los fenómenosWhere stories live. Discover now