Capítulo 10

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En la mañana del lunes le dije a mi madre que no iría al instituto porque me sentía enfermo. Pero aunque ella hubiese accedido bajo el argumento de que tomarme descansos del exterior era lo mejor, me retracté de último momento y al final sí fui.

Durante todo el trayecto no dejé de sentirme nervioso y afligido. Jugueteé con los dedos, agité una de las piernas, miré hacia la ventana para apretar los labios sin que mi madre se percatara, aunque no funcionó. Me preguntó si realmente me sentía bien y si no quería que volviéramos. Yo me rehusé bajo la excusa de que solo eran leves síntomas de gripe y que, si al final empeoraba, yo mismo volvería a casa para descansar.

No podía dejar de pensar en que vería a Daron después de un caótico encuentro el fin de semana. Tenía bastante miedo de lo que pudiera suceder cuando nos viéramos las caras. ¿Sería capaz de reconocerme sin el disfraz? ¿Iba a poder fingir que nada sucedió entre nosotros? Porque fueron horas constantes de imaginar que le revelaría todo para calmar mi culpa.

¿Cómo iba a reaccionar cuando lo supiera? ¿Existía una forma mejor de hablar del asunto sin que nadie saliera herido? Al menos para esta última pregunta creé más de un posible escenario. Si las circunstancias en el instituto me favorecían, podía realizar una prueba y dejar que el destino se hiciera cargo de lo demás.

—¿Cómo te has sentido en el instituto, Alroy? —Me interrumpió mi madre, sin despegar la vista del camino.

Era el mejor en el que había estado y claramente se lo dije. No porque me gustase Rynne, sino porque por fin me sentía incluido, tenía amigas y nadie me molestaba dentro o fuera del aula. Me encontraba en paz —excluyendo el tema de mi profesor— y la concentración en mis estudios incrementó.

Mi madre sonrió al escuchame; yo me sentí más relajado gracias a su intento de conversación. Volvió a repetir que, si no me gustaba, siempre podíamos buscar nuevas opciones.

—Podemos mudarnos si quieres —añadió—. Ni siquiera tu padre nos detiene.

Ellos se separaron cuando yo tenía siete años; nunca hubo matrimonio. Los motivos jamás me resultaron claros, pero siempre recordaba los constantes señalamientos con la mano que él realizaba hacia mí durante sus discusiones. A veces escuchaba directamente mi nombre, otras veces él me miraba con rencor para expresarlo todo.

Mamá me contó que hubo un tiempo durante su relación donde él no nos permitía salir; mis primeros años de primaria fui educado en casa gracias a esa orden. Mi adaptación al mundo se dio más lenta de lo normal.

Jamás estuvo en mi vida, ni siquiera para mantenerme. Lo único que me quedaba de mi propio padre era su rostro en mis pesadillas, reclamándome sobre cualquier cosa, usando las mismas palabras. E irónicamente yo siempre me reía. ¿Qué reclamos tendría un hombre tan irresponsable hacia un niño?

Yo no lo encerré, ni le grité, ni lo ignoré. Él hizo todo eso y algo mucho peor; él nos remplazó.

Agradecía que viviera en la ciudad de al lado para no tener que cruzármelo ni a él, ni a su otra familia, cuyos hijos de alguna forma también eran parte de mí. Saber que tenía hermanos —cuyos nombres no conocía— era realmente extraño, así que preferí nunca considerarlos como tal.

—Me gusta aquí. —contesté yo en un murmullo.

En especial porque tenía nuevos intereses. Intereses un poco dañinos que realmente necesitaba profundizar. No me sentía tranquilo dejando las cosas incompletas.

Porque si de algo sirvió lo que pasó esa noche del sábado, fue exactamente para encontrar un nuevo propósito. Todavía no estaba muy seguro de cuál era, pero mi profesor de Ética era parte de él. Pensar al respecto me aterraba tanto como emocionaba, ya que era la primera vez que me atrevía a apreciar a alguien de esta forma.

El inestable mundo de Alroy [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora