Capítulo 30

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El plan de Lucien era sencillo y no involucraba un daño grave que pudiera meternos en serios problemas, por eso acepté hacerlo.

Si hubiera sido dominado por el odio que sentía, hubiera accedido a que Lucien le diera a Neal una paliza lo suficientemente peligrosa como para dejarlo paralítico. Sin embargo, el rango de error entre eso y la muerte era muy pequeño. Él afirmó que después habría tiempo para los golpes, pero primero teníamos que dañar algo importante que tuviera cerca.

Las personas como Neal no eran realmente profundas, sino más bien predecibles. Mientras a unos les importaba su familia o su propio cuerpo, a él parecía importarle más un bien material tan básico como un auto. Solían poner mi cabeza contra el capó cuando aún estaba caliente, por eso lo reconocí estacionado al otro lado de la acera, frente a la cafetería. Dos años atrás lo presumía con tanto orgullo, que no parecía que sus padres se lo hubieran comprado.

Era nuestro turno de robárnoslo.

—Pero no podemos llevarlo a nuestras casas —dije yo, dudoso al principio de que su plan fuera buena idea.

—Conduciremos fuera de la ciudad, Alroy —contestó, con los hombros alzados—. Tomará tiempo para que nos rastreen, pero para entonces su auto quedará destruido.

En una ciudad tan tranquila como la nuestra los robos no eran comunes. La policía tampoco se caracterizaba por ser la más apta ni estar cien por ciento preparada para situaciones así. Lo más sorprendente que se vivió en nuestros barrios fue el incendio de la casa de Adam y ellos arribaron cuando ya no quedaba nada.

Para encontrarnos podrían pasar horas, pero las abolladuras con palos, los sillones abiertos con navaja y los cristales rotos por piedras nos tomarían solo unos minutos. De paso, me desquitaría con el auto hasta que me sangraran las manos sin tener que hacerle daño a una persona real. O al menos esa era la idea.

—Tú solo sígueme —ordenó, haciendo una seña con la mano e indicando con la vista que era el momento.

Ambos vimos a Neal levantándose de su mesa, tirando a la basura su vaso desechable, ajustándose el suéter y finalmente, abriendo la puerta del establecimiento para irse. En la cara de Lucien se trazó una sonrisa; ambos nos ajustamos la capucha para cubrir nuestra identidad.

Abandonamos nuestro escondite y nos aproximamos corriendo hasta él en cuanto vimos que cruzaba la calle. Ni siquiera tuve tiempo para analizar cómo me sentía, pero sin dudas —y viéndolo en retrospectiva— la adrenalina me rebasó lo suficiente como para no pensar antes de actuar. Todo sucedió por inercia, en automático y similar a la cámara lenta.

Lucien lanzó un golpe tan rápido, que lo siguiente que vi fue el cuerpo de Neal aterrizando con brusquedad en el piso. Después una patada para que no pudiera levantarse. De fondo y a la distancia distinguí un par de exclamaciones de horror, pero no me atreví a alzar la cabeza.

Mi acompañante se agachó con los brazos extendidos para rebuscar en la ropa de Neal, hallando las llaves al primer intento tras hurgar en el bolsillo izquierdo del suéter que le vi usar en el instituto casi todos los días.

Tan pronto como las obtuvo, se levantó y ambos nos echamos a correr de vuelta al vehículo. El problema fue que yo no esperaba que Lucien me gritara que condujera, sonriendo con la misma amplitud y mostrando terrorífica seguridad. Lo obedecí sin cuestionarle, por lo que me dirigí a la puerta del conductor mientras él ingresaba del lado del copiloto y me abría un segundo después.

En toda mi vida habré conducido tantas veces como los dedos que tenía en una mano. Mamá me enseñó para supuestos casos de emergencia, pero yo apenas y recordaba cómo encender uno. La situación, con toda la carga mental, física y emocional, simplemente hizo que me moviera como si esta en realidad fuese una emergencia importante.

El inestable mundo de Alroy [COMPLETA]Where stories live. Discover now