Capítulo 35

3.2K 508 374
                                    

El único estrés que vi en el rostro de Neal cuando ingresó a la cafetería, fue el mismo que el de cualquier otro estudiante universitario común. De resto, resplandecía.

No podía entrarme en la cabeza cómo alguien como él —que cometió lo que bien podrían llamarse atrocidades— podía seguir existiendo con tanta calma, cómo podía llevar una vida tranquila y sin culpas, salir a la calle, saludar con ánimos, ordenar un café y coexistir junto a un montón de desconocidos pese a ser igual o peor que yo.

Salir de mi habitación siempre me pareció el peor martirio del día. Casi todo el tiempo me sentía perseguido por la desgracia y la única forma de evitarlo era a través del aislamiento. Creí que después de la muerte de Adam eso sería una forma de evitar el dolor, pero mi subconsciente no solo lo hizo por protegerme a mí, sino en protección de los demás.

Yo había perdido la memoria, por eso no reconocía mi propia maldad, pero ¿qué pasaba por la mente de una persona como Neal, que recordaba cada una de sus malas acciones? Su brillante aparición en la cafetería probó que el remordimiento era una palabra que no le repercutía en lo absoluto y que a mí me comía vivo no ver.

Fue una mezcla de malas sensaciones, traumas, ira, miedo y rencor lo que me hizo abandonar a Lucien y huir del establecimiento a la mínima oportunidad. Nunca había experimentado algo igual, algo que me llevara hasta el punto de lo que ya era bien conocido como locura.

La sombra de Adam, que tanto me hablaba y perseguía, desapareció para siempre en ese instante. Solo que yo no sabía que jamás volvería a verla. En su lugar, vino la que yo podría considerar la alucinación más larga y realista de mi vida. Y es que yo pensé —y llevé bastante lejos todo ese asunto— que mi venganza contra Neal la había ejecutado con ayuda de Lucien. Pero no.

Él nunca fue tras de mí después de que dejé la cafetería. No me dijo que era débil, ni me abofeteó, ni tenía un plan para que nos encargáramos de Neal. Todo lo hice solo.

Yo esperé a que saliera luego de tranquilizarme, corrí hasta él y lo golpeé, robé su auto, se lo pasé por encima a propósito y hui exitosamente a mi casa como si nada hubiese sucedido. Lucien nunca me acompañó en el trayecto, ni me besó, ni me recordó lo que le hice a Adam. Eso, además, significó lo evidente: Yo nunca lo maté, solo creí que lo hice.

Lo creí tanto, que cuando lo vi aparecer en el aula tuve una crisis lo suficientemente fuerte como para despertar en el hospital. No supe cómo llegué ahí ni en qué circunstancias, pero estaba seguro de que no me esperaban buenas noticias.

Al abrir los ojos lo primero que saltó a mi vista fue la intensa luz de la lámpara colgante del techo, después reconocí ese tan característico y desagradable aroma que casi todos los hospitales tenían y con el que ya estaba familiarizado.

Me hallaba recostado en una camilla, con una intravenosa en el brazo. Sentía un pesado cansancio, dolor de cabeza, mi garganta estaba irritada y mis músculos rígidos. Los ojos me ardían, indicador de que también había llorado.

Mi pequeño espacio se separaba del resto por largas cortinas que rodeaban toda la cama y no me permitían ver al exterior, así que solo dependí de mis oídos. El silencio era mayoritario, aunque distinguí bien que no era el único en la sala. Había más pacientes, enfermeros y visitantes conversando.

Estaba solo, sin un rostro o voz familiar que me hiciera charlar como el resto, pero era lo mejor. No me sentía listo para hablar y mucho menos para afrontar las consecuencias que mi propia locura sembró.

Abandoné mi posición, me senté con calma, recobrando fuerzas y con la única idea en mente de irme de ahí. Una vez que los ligeros mareos cesaron, tomé la intravenosa y me la arranqué sin cuidado, ignorando las gotas de sangre. Volví a colocarme los zapatos y la sudadera, tomé un cubrebocas para cubrirme el rostro y me levanté de la cama.

El inestable mundo de Alroy [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora