Epílogo

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Cuando pienso en cómo caí por él, me acuerdo de su mirada. De cómo después de una buena paliza se quedaba tendido en el suelo, agotado, pero con los ojos llenos de ira y odio. Incluso cuando Alroy lloraba inevitablemente de dolor y se limpiaba la sangre, yo siempre pensaba "ah, ese sujeto en cualquier momento explotará".

Sabía que él era diferente, no tan inofensivo como aparentaba ni tan débil como todos lo creían. Más bien, era paciente. Cualquiera puede reconocer a los débiles porque después de humillarlos observas en sus rostros la desesperanza, el miedo o las ganas de no seguir viviendo. Pero en Alroy nunca lo noté. Quizás fue eso lo que provocó que me enamorara de él.

Creí que no volvería a verlo después de que cambiara de instituto y que me olvidaría de mis sentimientos. Sin embargo, tras reaparecer como mi nuevo compañero, supe que no era una coincidencia y que necesitaba aprovechar esta nueva oportunidad para acercarme.

Solo que en ese reencuentro noté que era una persona completamente distinta. Alroy estaba enamorado, al parecer, y se había vuelto débil de una forma que incluso me resultó insoportable. ¿Pensaría lo mismo de mí en el presente? Después de Daron él volvió a ser el chico sombrío e incluso peor, así que esa incógnita se respondía por sí sola. El enamoramiento y Alroy no se llevaban tan bien.

Aquella tarde en mi casa, cuando yo aún era un adolescente que empezaba a entrar en la adultez, él decidió que me aceptaría a su lado. No expresó explícitamente que me querría, pero en ese mismo momento permitió que lo besara y que incluso conociera y tocara con las manos y los labios cada una de las cicatrices de su piel.

Éramos dos amantes muy apasionados.

—Trataré de no enamorarme de ti, Lucien. —Me dijo justo antes de dormir, aún con la voz jadeante—. Porque si lo hago, estarás en peligro.

Le creía, y sinceramente me importaba muy poco. Ambos teníamos un problema serio y poco control de él. Entre más se prolongara lo nuestro, las posibilidades de morir aumentarían. Solo que Alroy no contemplaba que yo no era el único bajo ese riesgo, pues gracias a su compañía descubrí que en mí también existía la obsesión. Hasta que ese día llegara, seguiríamos sacando provecho el uno del otro. Más de doce años habían transcurrido así.

Alroy estaba por terminar la especialidad en Medicina Forense tras extensos años de estudio y dedicación. Según sus propias palabras, era justo lo que necesitaba ejercer para mantenerse en calma. Al principio me burlé de su creencia, pero más tarde comprobé —cuando inició con prácticas— que a diario regresaba a nuestro apartamento con una sonrisa tranquila y pacífica. Cada día me hablaba de un muerto distinto con una fascinación inexplicable.

Sinceramente, yo no era el mayor fanático de los cuerpos muertos. Sabía que la medicina forense nos sería útil, pero necesitábamos que en nuestra relación uno llamara más la atención. Estudié Relaciones Públicas para servir en empresas, oficinas, asistir a eventos y robarme la atención del excéntrico de Alroy, que odiaba las miradas y los elogios a su intelecto. Yo también detestaba a la humanidad tanto como él, pero me forcé a interactuar y dejar atrás la imagen de adolescente problemático para que sobreviviéramos los dos. Y había funcionado.

Así pues, a las cuatro de la tarde terminaba mi turno en la oficina. Todos los días a esa hora abandonaba el edificio, caminaba un par de cuadras y me detenía en un parque céntrico muy popular de la ciudad. Siempre encontraba todo tipo de personas ejercitándose, jugando, leyendo y conversando.

Después del trabajo uno suele relajarse y aprovechar el resto de la tarde si tiene la posibilidad, pero aquel día en especial yo estaba lleno de ira y emoción. Tenía una cita importante y el corazón se me subió a la garganta cuando vi a aquella persona especial sentada, esperándome en una banca de concreto.

—Reconocería tus pasos en cualquier lado, Hans —expresó Daron Rynne, sonriendo con amplitud.

—Me atrapaste de nuevo —contesté con una falsa diversión, sentándome al lado y lo suficientemente cerca.

Un día vi a Daron en la televisión hablando sobre su terrible accidente. De cómo quedó ciego por una confusión causada por el alcohol y de lo mucho que su vida cambió desde entonces. Uno de sus ojos era completamente blanco y el otro, según sus propias palabras, se lo extirparon por una infección. Tuvo que aprender a hacerlo todo de nuevo, acostumbrarse a su nueva realidad y luchar al mismo tiempo contra una profunda depresión. Entre más lo observé ofreciendo su historia como una superación y motivación, más se me contrajo el estómago.

«Vamos, Daron. ¿Por qué no nos cuentas que instantes antes del accidente acababas de abusar de tu estudiante?».

Eso eliminaría toda lástima que el mundo sintiera por él y no podía perderla después de que supiera aprovecharla. A su evidente conveniencia, Alroy y yo no existíamos.

Casi al final de la entrevista le preguntaron qué solía hacer en sus ratos libres. Él logró trabajar de nuevo como profesor, esta vez a nivel universitario. Cuando no estaba con sus "amados" estudiantes, le gustaba pasear en el parque central de la ciudad que también quedaba bastante cerca de mi trabajo. Un día simplemente tomé la decisión de comprobar que no mintiera y, en efecto, lo encontré ahí.

Me acerqué a él con un nombre falso, le conté con entusiasmo que había visto su entrevista en la televisión y fingí que su historia me motivaba todos los días a no quejarme de mi vida. Le hablaba con bastante exaltación, aunque por fuera temblara y mi interior ardiera. Por más inquietud y rencor que me provocara, necesitaba contenerme para lograr mi cometido a largo plazo.

En nuestros primeros encuentros conversamos de banalidades y hablamos un poco sobre nuestras vidas, de donde saqué más provecho. Luego de tres meses de frecuentarnos, y una vez que él sintió que nos conocíamos lo suficiente, empecé a inventar problemas y preocupaciones.

Le dije que tenía novio y que a pesar de que lo amaba, creía que él no me quería con la misma intensidad, que me sentía abandonado y solo. Evidentemente, Daron no había cambiado en lo absoluto y ese día lo comprobé muy bien. Mejoró sus técnicas y las adaptó a su lastimera condición, pero yo conocía su pasado, el más turbio.

Rynne me confesó que después de su accidente nadie lo aceptaba, que se sentía solo y poco amado como yo. Luego se abrió admitiendo que nuestra cercanía comenzaba a parecerle importante y que entre nosotros percibía una enigmática conexión.

—Hoy en serio quería verte. —dije, volviendo al presente y posando la mano sobre la suya.

—Entonces, ¿nos vamos ya? —murmuró, con el rostro apuntando fallidamente en mi dirección—. Mi casa no está tan lejos, pero suele haber tráfico por aquí.

—Por supuesto.

Levanté un poco la cabeza solo para asegurarme de que Alroy hubiera llegado. Lo encontré al instante, de pie a unos cinco metros, observándonos con una sonrisa tan amplia como la mía. 


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El inestable mundo de Alroy [COMPLETA]Where stories live. Discover now