Capítulo 28

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Confié ciegamente en Tyler y contra todo pronóstico, él me ayudó. Se interpuso entre mi padre y yo instantes antes de que pudiera ser agredido por mi reciente y sutil amenaza. Sus acciones probaron que no heredó aquel mal temperamento con el que lidié en mi infancia y mi joven adultez, lo que era sumamente esperanzador.

Con ambas manos sobre los hombros lo hizo retroceder y alejarse de mí.

—¿Qué te sucede, papá? —exclamó Tyler, plantando cara con más seguridad que la primera vez que nos vimos—. ¿Cómo puedes tratar así a tu hijo?

Elevé las piernas hasta mi pecho, observé la escena desde el piso con un alivio tan inmenso, que por un momento las lágrimas se me estuvieron por desbordar. Me contuve para dejar de parecer tan débil a ojos de los que siempre intervenían en mi defensa, aprovechando que Tyler hacía de excelente barrera. Mantuvo ambos brazos alzados, las piernas en buena posición para no ceder, la postura firme como un muro.

Trató de hacerlo a un lado para que me dejara tranquilo, pero la furia de mi padre parecía incontenible. En mitad de una calle comúnmente transitada, nos enfrentábamos a una vergonzosa escena llena de reclamos y pelea.

—Ese bastardo no es mi hijo. —Me señaló con el índice, mirándome directo a los ojos—. ¿Qué mentira le has dicho para que te quiera defender, loco de mierda?

—¡No me ha dicho ninguna! —Dio un último y fuerte empujón, logrando que mi padre retrocediera. Los dos se separaron y mantuvieron la distancia—. Más bien tú tienes muchas cosas qué explicarme.

Se redujo la tensión de forma prolongada, aunque mi padre aún tuviera muchas ganas de pelear. Podía oír su fuerte respiración desde mi sitio, entremezclada con la mía.

—No lo entiendes, Tyler —siguió mi padre—. Quiere hacernos daño.

—¿Más del que tú le has hecho a él? —contestó su hijo con bastante seriedad—. En serio no te reconozco, papá.

Nuestro progenitor volvió los ojos a mí; para ese momento las lágrimas ya estaban escurriendo de mis párpados. Me señaló con el índice nuevamente, pero no avanzó en mi dirección. Supe que iba a despedirse, así que hice el intento por mantenerle la mirada. No sabría cuándo volveríamos a vernos ni en qué condiciones.

—Última advertencia. —sentenció—. Nos vamos.

Dio media vuelta y regresó a la camioneta, pero su otro hijo no lo siguió de inmediato. Esperó a que abriera la puerta para girarse hacia mí. Me extendió el brazo para que me levantara del suelo y yo lo tomé, sin dejar de llorar. Pude notar en sus expresiones cierta pena por mí, pero no era como la lástima con la que el resto me observaba. Era más bien una especie de vergüenza hacia sí mismo, hacia las acciones de mi padre, hacia nuestra breve relación. Y aquello lo valoré inmensamente.

Sujetó mi hombro por un momento, intentó que alzara el rostro.

—No dejemos de hablar, hermano —dijo, forzando una media sonrisa—. Yo me encargo de papá.

 Yo me encargo de papá

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El inestable mundo de Alroy [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora