Capítulo 2

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Bert

Bert frunció sus labios y bajó la mirada a su calzado. Realmente no quería estar ahí, deseaba estar en cualquier otro lugar... menos ahí, bueno, no cualquier lugar, él quería estar en el hospital, junto a su esposo, ahí era donde pertenecía. No en casa de sus suegros, cumpliendo la peor parte del trabajo de los estúpidos médicos.

Sus manos seguían girando ansiosamente el anillo de matrimonio en su dedo. Recordó entonces que cuando lo había usado por primera vez apenas y entraba. Ahora quedaba jodidamente suelto. Quizás era porque el estado de Gerard se había ido deteriorando con el tiempo, y junto a eso, todo su entorno. Pensó luego que de seguro ofrecía un espectáculo patético. Mientras conducía a aquel barrio residencial en Summit se había mirado en el espejo retrovisor el auto. Su rubio cabello estaba casi llegando a los hombros y lucía terriblemente sucio y grasiento. Bajo los ojos tenía oscuras ojeras que eran multiplicadas por culpa de los anteojos, y la parte inferior de su rostro estaba poblada por una sucia barba sólo unos tonos más oscura que su cabello. Pensó que al igual que su aspecto, su cada vez más delgado cuerpo lucía terrible. Y debía oler todavía peor.

Desde que Gerard había empeorado apenas y se despegaba de él.

Pero cuando había hablado con los médicos, un poco antes de las ocho, le habían pedido que dejara a Gerard solo por una hora para limpiar sus drenajes, vaciar sus sondas y todo lo demás. Sin nada que hacer, había seguido las órdenes del médico a cargo de Gerard... y se había ido al lugar en donde estaba ahora.

— No, gracias —murmuró cuando Donna le ofreció una taza de café. Alzó la mirada y por instantes sus cansados ojos se cruzaron con los de su suegro. El hombre sonrió, pero también estaba cansado. — Habla entonces, Robert. Cuando llegaste dijiste que tenías algo importante que decirnos.

— Se trata de algo delicado... pero prefiero ser yo quien les diga esto —mintió.

Él no quería eso, pero para sus suegros sería terrible que unos médicos sin tacto alguno les contaran la situación. Era lo único bueno de esa asquerosa carga sobre sus hombros. Deseó que su cuñado estuviese ahí, él le habría ayudado a contarle todo ese asunto a Donna y Donald. Pero Mikey estaba al otro lado del país, no podía hacerlo viajar cada vez que se le antojara. El dinero estaba comenzando a escasear en el núcleo familiar... y no había mejoría alguna.

— Habla, hombre. No nos pongas nerviosos, ¡No tenemos todo el tiempo del mundo y somos viejos!

"Gerard tampoco tiene todo el tiempo del mundo, suegro. Por eso estoy acá..." pensó, más no dijo nada.

— Gerard... —comenzó, de pronto sus manos estaban frías y sus ojos nublados.

Sintió que los anteojos se empañaron, pero no hizo nada para remediar eso. Los quitó y se cubrió la cara con ambas manos. No había podido llorar cuando la noticia llegó a él, pero ahora lo hacía. Era el peor momento, pero lo hacía. De pronto sintió el suave abrazo de su suegra, tratándole como a un niño pequeño. Pensó en su madre, nunca había sido así de cariñosa, quizás por eso se había acercado tanto a la familia de Gerard, tanto que los consideraba su propia familia. Y quizás por eso las lágrimas caían con mayor facilidad frente a ellos.

— Tranquilo...

— Gerard... —sorbió pesadamente, aclarando su garganta para hablar— Donna, los médicos me dijeron que no pueden seguir esperando un trasplante, los órganos de Gerard están comenzando a fallar y le dieron... le dieron como mucho una semana de vida. Si en una semana no tenemos un corazón... Gerard... mi Gerard... va a morir.

El silencio se posó sobre los tres. Bert podía escuchar los sollozos mudos de su suegra, o el cómo su religioso suegro maldecía en voz baja a alguna entidad. ¿Qué importaba Dios en ese momento? ¿De qué valía temerle si se estaba llevando a la única cosa buena que había pasado en su vida?

you're in my heart ・ frerardWhere stories live. Discover now