Capítulo 10

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Frank

Las largas conversaciones que mantenía con su única compañía física, se veían complementadas con su compañía espiritual. Cada cosa que James le decía y luego dejaba detrás, dándole un "piénsalo" las conversaba con Jamia al interior de su cabeza. Era extraño, pero sólo un par de meses habían pasado y su voz ya comenzaba a olvidársele. Y era jodido. Más de una vez había recurrido al celular que una y mil veces había pisoteado y lanzado a la mierda en sus arranques de furia, buscando la aplicación de mensajería en la cual solía hablar con ella. Muchos de los mensajes seguían ahí, el último era el emoji de un conejo. Algo estúpido, pero totalmente significativo para él. Era el tierno apodo que Jamia le había dado hace tanto tiempo atrás, y a pesar de sus réplicas había seguido diciéndole de ese modo. Frank había intentado escuchar los audios en donde la voz de su amada estaba guardada, pero un mensaje de error había aparecido en la pantalla quebrada, y luego había decidido lanzar el celular a la mierda. Días después, al verlo, lo había encontrado totalmente roto, así que le había dado descanso en el tarro de la basura. ¿Para qué quería un maldito teléfono?

Junto a su estúpido teléfono roto había encontrado otro montón de cosas. Muchos recuerdos habían ido a dar a la basura, las cosas de Jamia estaban en cajas que pretendía enviar a la dirección de sus padres, y la mayoría de las otras cosas las había publicado en internet para que fuesen a comprárselas a casa. Ahora, con un colchón sobre el suelo, una silla arrimada a la encimera de la cocina, una cacerola, un plato, una taza y algunas prendas de ropa, pretendía pasar sus últimos días ahí antes de mudarse lejos. Posiblemente a California, o a algún lugar en Florida. La idea era irse lejos, escapar de los recuerdos, de la culpa, del dolor.

James se había molestado cuando le había notificado su decisión, pero estaba bien. Al menos de ese modo haría algo. Tenía dinero para hacerse con un lugar pequeño y podía trabajar en cualquier cosa para comer a diario. Podía comenzar desde cero, fingiendo que su corazón seguía en una pieza. Nadie debía saber que su alma había muerto junto a su amada, que su alegría se había desvanecido para dejar atrás una estela de sufrimiento imposible de acallar.

James le había dicho también que lucía mucho mejor. Con la barba afeitada, el cabello recortado casi por completo y el hábito de ducharse reconstruido parecía ser una persona totalmente común, casi como el Frank antes del accidente. Pero era estúpido diagnosticar el corazón de alguien sólo por como lucía. Estaba destrozado, y ni con mil cambios de imagen arreglaría eso.

Sus ojos habían perdido su brillo y sus labios estaban constantemente rotos por esos ataques de ansiedad que le tomaban por sorpresa cada vez que los recuerdos de Jamia se volvían demasiado intensos. Estaba enfermo, o eso quería creer. Algunas veces se sorprendía pensando en la idea de internarse voluntariamente en una clínica para tomar terapia, podía decir que era un suicida, que escuchaba voces o que veía a su esposa muerta, pero no quería que Jamia le viera de ese modo. Porque también se había convencido de que su amada le veía desde donde quiera que estuviese. Y quería que estuviera bien.

Posiblemente por eso, y sólo por eso es que había decidido seguir adelante.

La lista de reproducción en donde había seleccionado canción por canción, estaba sonando en ese momento. Su canción favorita de Johnny Cash, The first time ever I saw your face, estaba sonando en ese preciso instante. Dándole tintes melancólicos a su buen ánimo. Su puerta sonó, y con prisa fue a abrirla para dejar entrar a su amigo, sin detenerse a mirar regresó a su tarea en la sala, cerrando con cinta adhesiva las cajas de los pocos electrodomésticos que iban quedando para la persona que iría esa noche a recogerlos. Pero James no entró, receloso regresó sobre sus pasos y abrió la puerta por completo.

Y el corazón se le cayó al piso.

Sintió como la sangre se le agolpó en la cabeza, comenzando a palpitar dolorosamente mientras sus oídos zumbaban, robándole protagonismo a la canción de Johnny Cash. Su nombre vino de inmediato a su recuerdo. Gerard, ¿Cómo olvidarlo si era él quien tenía el corazón de Jamia? De la forma más figurativa posible. Quiso cerrarle la puerta en la cara, preguntarle qué rayos hacía ahí, pero no pudo hacerlo. Había algo en su rostro, algo en sus verdes ojos ahora que los tenía abiertos, algo en esos hermosos labios que... que simplemente no le permitían hacerlo.

— ¿Eres Frank Iero? —preguntó Gerard, su labio inferior temblaba, y sus dedos se retorcían en torno a un trozo de papel gastadísimo.

Frank asintió.

— Tú no me conoces, pero...

— Si te conozco —replicó Frank—. Eres el hombre a quien le dieron el corazón de mi esposa. Gerard.

— Entonces sí me conoces —sonrió Gerard, era una sonrisa débil, llena de nerviosismo que contrastaba de mil maravillas a la seria máscara que Frank traía puesta encima, porque de otro modo se echaría a llorar ahí mismo.

— ¿Qué quieres?

— Yo... —suspiró Gerard, guardando el trozo de papel en uno de los bolsillos de su chaqueta—. Yo quiero darte las gracias... de no ser por tu generosidad yo no estaría aquí ahora mismo.

— No hay de qué. Jamia ya no iba a necesitarlo en el lugar al que iba —respondió Frank, su voz había sonado tan fría que incluso él se sorprendió. Y el nerviosismo de Gerard aumentó visiblemente.

— Yo... realmente no tengo palabras, sé que darte las gracias no es suficiente y realmente, si hay algo...

— Eres igual que tu marido —Frank soltó una risotada que no tenía nada de alegre—. ¿Acaso todos ustedes, las personas ricas, creen que pueden arreglarlo todo con dinero? Tus dólares no van a regresarle la vida a mi esposa. Así que si ya lo dijiste todo, por favor, márchate.

Las palabras salían de forma mecánica, era ese rostro con el que había fantaseado desde que lo había visto en esa cama de hospital, casi tres meses atrás. Era él a quien soñaba conocer, esos ojos los que deseaba ver, y esa voz la que había estado imaginando de tantas diversas formas. Pero no obstante, estaba comportándose como un imbécil con él, y no tenía la menor idea del por qué. Gerard lucía nervioso, al parecer quería salir corriendo de ahí, pero había algo que no se lo permitía. Y sólo instantes después, ese por qué había escapado de sus rosados labios.

— Yo... yo te vi en mis sueños. Escuché tu voz cuando estaba dormido. Siento que te conozco... yo realmente, reamente necesitaba verte... no sé para qué, sólo sé que necesitaba hacerlo.

— Mira, tus sueños realmente no me importan —suspiró Frank, frotando sobre sus ojos con ambas manos—. Realmente creo que es maravilloso que estés bien, pero yo no tengo la misma suerte. Verte me duele, que tú estés vivo me recuerda que el amor de mi vida no lo está. Así que por favor, ándate.

El rostro de Gerard se contrajo en una mueca de dolor, se odió por haber dicho esas palabras. Pero no intentó retractarse de sus palabras, lo vio bajar la mirada y titubear, pero al parecer no tenía nada más que decir, así que procedió a cerrar la puerta. Pero antes de poder hacerlo Gerard estaba ahí, tomó la puerta y rozó su mano, fue un contacto de menos de un segundo, pero su mundo se congeló cuando lo tocó. Gerard... había algo en él, algo totalmente adictivo y luminoso.

— Por favor, no —espetó Gerard—. Yo no entiendo qué está pasando conmigo, yo no pedí esto... pero aquí estoy. Sólo sé que necesito verte... sé que estos instantes que he estado contigo han sido los más reconfortantes que he tenido en muchas semanas, aunque seas un patán —sonrió débilmente—. Tu presencia me hace feliz.

— Pero a mí me sucede totalmente lo contrario —dijo Frank—. Vete.

— Ella... ella estaba embarazada —suspiró Gerard—. Desde que desperté el amor por los niños se ha intensificado un montón, incluso logré mecer a mi sobrino y le canté una canción de cuna que ni siquiera yo conocía, y se durmió. Es como si... ella hubiese actuado a través de mí en esos momentos. Además tengo estos recuerdos... son como recuerdos, y en todos estás tú... te he visto en mi cabeza de diferentes maneras. He escuchado tu voz, he visto tus sonrisas. Ella te amaba, este corazón te amaba... creo que te sigue amando.

Frank intento seguir sus palabras, pero realmente no podía. Una decena de pensamientos contradictorios se habían apoderado de su cabeza y cuando la voz de Gerard dejó de sonar, un zumbido se hizo escuchar en su cabeza. Se sentía enfermo, confundido, perdido. Adolorido... terriblemente adolorido.

— Por favor ándate —pidió Frank, cerró la puerta a su espaldas y logró llegar a la segunda planta, en donde su colchón estaba tirado sin contratiempos, al parecer él se había marchado. Se acostó de espaldas mirando al techo, en determinado momento la música terminó y en silencio vio las luces de la tarde oscurecerse hasta que todo quedó en penumbras y entonces, solo con su dolor, se permitió llorar.

you're in my heart ・ frerardWhere stories live. Discover now