XV - Fase 2.2: Los Aliados

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Después de un sueño no muy reparador, puesto que su mente no dejaba de darle vueltas a todo lo que estaba viviendo ni cuando dormía, Agoney se levantó de la cama con un suave quejido y pensando en cómo llevaría aquel día.

Mientras se lavaba la cara pensó que debía hablar con Alfred y Mireya urgentemente, tenía que disculparse con ellos e intentar que vieran que quería volver a ser su amigo, ese con el que tan buenos momentos habían pasado de niños, ese que quería reaparecer y quedarse. Le dolía el pecho sólo de ponerse en la situación de que no fueran capaces de perdonarle. Pero si lo hacían, si le perdonaban aunque fuera un poco, le bastaría.

Y quizás si tuviera algo más de suerte podría juntarles con Aitana, conseguir que confiaran de nuevo en él y en sus intenciones, y pedirles ayuda para acercarse de nuevo a Raoul; que sabía que si aceptaban sería de milagro, pero la esperanza es lo último que se pierde y él sin lugar a dudas necesitaba un puente, algo más que sus disculpas y que estar allí para poder arreglarlo todo como quería.

Así que tenía que arriesgarse a quedar como un idiota otra vez, pero necesitaba pedírselo, porque no sabía cómo debía actuar después de aquella especie de discusión que había tenido con Raoul.

Estaba claro que no podía plantarse allí sin avisar y esperar que se echase a sus brazos, para empezar y como poco, Raoul tendría que ordenar sus ideas tanto como él; pero confiaba en que sus palabras al menos hubieran hecho que no sólo pensara en cómo olvidarle y sacarlo de su vida, si no que cupiera la posibilidad de que al menos creyese sus disculpas, que era lo mínimo que deseaba, pero lo máximo que esperaba realmente, porque puede que su pensamiento de la noche anterior sobre estar en una película fuera algo exagerado. En las pelis aparecería algún deus ex machina o un hada madrina y todo se le haría mucho más fácil, a él le tocaba currárselo. Alguna forma habría de hacerlo.

Terminó de prepararse, desayunó, y fue a buscar a Aitana con algo más de determinación que el día anterior.

—Buenos días.

La chica, que anteriormente tenía la mirada perdida en dirección al prado donde las ovejas empezaban a comer, se giró hacia él y emitió una levísima sonrisa, tan pequeña que a lo mejor se la había imaginado, pero prefirió pensar que era real.

—Hola. Hoy tenemos que dedicar básicamente toda la mañana al huerto.

—Pues manos a la obra.

Aitana asintió y los dos caminaron hacia el lugar en un silencio algo incómodo pero menos tenso que la mañana anterior, o al menos así lo percibía el optimismo de Agoney, y ya le había dirigido la mirada al menos dos veces más que cuando llegó.

—Quiero que sepas que me creo un poco más lo de que vienes en serio y todo eso porque ya no te metes aquí con camisa y mocasines.

El comentario fue como un soplo de aire fresco para Agoney, pero evitó mostrarse muy entusiasmado, se encogió de hombros y fue sincero:

—Es la forma más visual que tengo de demostrar que estoy cambiando mi forma de ver las cosas y que reconozco que fui un inútil.

—¿Sabes qué? Por mucho que me guste ver cómo te martirizas, no hace falta que te sigas insultando, se hace un poco cansino.

—Pero...

—Te creo, creo que estás arrepentido.

Asintió, después procedió con cautela, carraspeando un poco.

—¿Y me perdonas?

—¿Por qué te importa tanto? Los dos sabemos que no soy la razón por la que has decidido volver.

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