XIX - Plan C: Echar raíces

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El miércoles, Raoul despertó sólo y sobresaltado.

Tardó un par de segundos en recordar dónde estaba. La alarma no había sonado y se había quedado dormido, pero parecía ser que Agoney no, debía ser la única persona que seguía despertándose porque un gallo cantara... Sacudió la cabeza para centrarse y coger el móvil para ver la hora, esperando que no fuese muy tarde. ¿Por qué no le había despertado?

El desconcierto y la alteración aumentaron en su cuerpo hasta que desbloqueó la pantalla y distinguió una notificación de Roberto.

"Buenos días, Raoul. No te asustes por la hora, ayer me pidieron un favorcillo para que pudieras dormir más hoy así que esta mañana vas a tener algo de ayuda. De nada"

Respiró hondo, aliviado, y cuando pudo recuperar el ritmo normal de sus pulsaciones sonrió de lado, no sabía hacía cuanto no dormía tanto y tan bien un día de diario.

En cuanto se hubo despejado del todo, se levantó y fue al baño para prepararse, se permitió cotillear en la ropa de Agoney para robarle algunas cosas, puesto que su ropa del día anterior la habían echado a lavar, y bajó para encontrarse con Anastasia desayunando.

—¿Un café, cariño?

—No hace falta...

—Era una pregunta de cortesía —le hizo saber Anastasia mientras echaba el líquido oscuro en un vaso—. Sólo y con dos de azúcar.

—Muchas gracias, me parece increíble que te acuerdes con lo poco que lo tomo aquí.

—Es un don.

Raoul sonrió agradecido. Cambiaría bastantes cosas de su vida si pudiera, pero no podía negar que todo lo que tenía le regalaba personas y momentos increíbles.

♣ ♣ ♣ ♣

—Parece ser que le gustas a Petunia, pero yo que tú no le acercaría mucho la mano.

Agoney giró para ver a Raoul llegar hasta él y se alejó un poco de la oveja que llevaba varios minutos a su alrededor.

—Buenos días.

—Buenos días, Ago. Es buena —continuó hablando en dirección al animal—, pero demasiado curiosa, y a veces muerde a los objetos de su curiosidad.

—Pues entonces te agradecería que me la alejaras tú un poquito.

Raoul rio y silbó, haciendo que Roma llegara hasta a él y les ayudara con el rebaño.

—Gracias por dejarme dormir.

—No es nada, ayer te vi una cara de cansancio que pudo conmigo —comentó encogiéndose de hombros como si no se hubiera ganado un trozo más del corazón del otro chico—. Igualmente, no entiendo cómo no te despiertas con el bicho chillón ese.

—Ago, la gente aquí se despierta con alarmas, eres el único que lo hace con el gallo, que no canta sólo a la hora de levantarse, lo sabes, ¿no?

—Déjame en paz.

Raoul contuvo la risa y se apoyó en la vaya, observando a los animales; Agoney, sin embargo, le miraba a él, no recordaba la última vez que se había sentido así por un chico. Y casi se lo pierde por pensar en un estúpido orden mundial. Sinceramente, aunque lo hubiera, si le hacía perderse a alguien como Raoul, a alguien que le hacía sonreír sin si quiera pretenderlo, que le rozaba y le erizaba le piel en todos los sentidos posibles, que le miraba y le hacía sentir que la vida estaba bien; no le interesaba para nada, inventaría su propio orden mundial o incluso su propio universo.

—Una foto te duraría más.

—Si quieres que te haga fotos —respondió con rapidez, apenas tardando en recomponerse del pequeño sobresalto—, sólo tienes que pedírmelo.

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