XXVI - Observaciones

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Penúltimo Capítulo

Tercera semana de julio. Por el día el calor era cada vez más insoportable, por las noches aún les daba algo de tregua; la gente empezaba a irse de vacaciones, por lo que las calles se vaciaban y en la granja el ritmo era más calmado, aunque sin pausa.

Y como el trabajo en el campo no acababa ni en verano, a la familia Hernández – Morales le llegó el turno de supervisar la actividad de su negocio. Por cómo tenían organizadas las vacaciones, esa vez sólo estarían por allí una semana, una semana en la que ayudarían con algunas cosas, restructurando otras cuantas si era necesario, comprobando el estado de animales y plantaciones y, sobre todo, hablando con los trabajadores.

Normalmente la mayoría del tiempo de conversación era para los dirigentes y los altos puestos, aunque conocían a casi toda la plantilla, para comprobar que no había ningún problema y que podían trabajar todos en buenas condiciones; pero aquella vez quisieron que fuera un poco diferente, les apetecía conocer más a fondo a los nuevos amigos de su hijo y también retomar la relación con Alfred y Mireya, con los que apenas habían hablado desde que volvieron a trabajar allí.

Aun así, por lo general mantenían las distancias como correspondía, no estaban allí como padres de Agoney si no como jefes, aunque eso no hubiese evitado los comentarios tras el reencuentro de su hijo con Raoul.

Aunque Agoney y él no habían dejado de hablar, llevaban dos semanas sin verse, y con las emociones que tenían de por medio, les parecía un milenio completo. Por lo que cuando Agoney se despertó el lunes por la mañana con el sonido del gallo que sus padres también habían decidido fingir que no era un buen despertador, él seguía opinando lo contrario, no tardó en vestirse y saltar de la cama para bajar y saludar a todos lo suficientemente rápido como para abordar a Raoul antes de que estuviera demasiado ocupado.

Glenda, que había bajado más o menos a la misma vez al salón, le miró con una ceja alzada por su energía, ella se sentía morir y no quería dar la imagen de que era más floja que su hermano. Sus padres, en cambio, sólo sonreían al ver que volvían a ser felices allí.

Agoney abrió la puerta, encontrándose de frente con Aitana, que le saludó con efusividad colgándose en su cuello en un abrazo gratamente correspondido, aunque sus mejillas se colorearon cuando descubrió que estaba la familia entera.

Por suerte, consiguió esconderse tras Mireya, que pasó en ese mismo instante por allí y le sirvió de tapadera para que la saludasen primero y poder relajarse antes de hablar cara a cara con sus jefes, unas cuantas horas más tarde. La táctica le funcionó perfectamente, sobre todo porque el tema de la incorporación de Mireya a la empresa en la ciudad ya era algo definitivo y todos estaban muy entusiasmados con la idea y eso hizo que la charla se alargase.

Pero aunque Agoney aguantó estoico la conversación, su pierna no dejó de moverse en un tic nervioso que aumentaba cada vez que un ladrido de Roma llegaba a sus oídos.

—Bueno, te dejamos ya, seguimos hablando en la comida, y así de paso dejamos libre a nuestro hijo para que vaya a terminar de saludar gente, que tendrá ganas.

—Y tanto, que poco más y taladra el suelo...

Agoney le echó una mala mirada a su hermana y se dirigió junto a Mireya hacia la salida, a una velocidad demasiado reducida, intentando no darle el gusto a su familia pero sólo consiguiendo divertirles más, a veces sentí que había perdido el sentido del ridículo. En cuanto salió de allí, sin ser consciente de que había provocado que echasen un vistazo por la ventana para verle, aceleró considerablemente el paso para llegar hasta el prado donde Raoul pastaba con las ovejas.

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