XXII - Fase 3.3: Un buen adiós

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La alarma de Raoul, traicionera y lejana puesto que su móvil había quedado un poco a trasmano de su alcance, les sacó del sueño que compartían. Suspiró y reptó hasta el aparato para hacerlo callar y después volvió a acurrucarse en su rincón, abrazando a Agoney por la espalda y hundiendo la cabeza en su cuello.

—Tengo que trabajar —murmuró con desgana sobre su oído.

La manos de Agoney fueron hasta las suyas, que descansaban entrelazadas en su abdomen, y las acariciaron. Después de disfrutar un rato del roce de sus cuerpos en aquella posición, sintiendo la calidez del contrario y la comodidad que se transmitían sus pieles, Agoney giró aún con los ojos cerrados, quedando frente a frente.

—¿Seguro?

Él asintió con una sonrisa mordida que el otro no podía ver, pero si imaginarse.

—Sí. Pero tú puedes dormir un rato más.

—No creo, me voy a quedar frío cuando te vayas.

—Te arropas —insistió acercándose a su rostro para besar sus párpados.

Agoney murmuró algo ininteligible mientras se frotaba los ojos, abriéndolos a base de parpadeos que le ayudaban a acostumbrarse a la luz, para encontrarse de cara con los de Raoul, y no pudo resistirse a besar sus labios.

—Buenos días.

—Buenos días —le respondió pasando por encima de él, acabando sentado en su cintura—. Voy al baño y a vestirme, porque si no va a venir Federica enfurecida porque no le doy de comer, nadie quiere eso.

—Maldita cabra.

Raoul rio mientras sus dedos jugaban con el vello del pecho contrario, y se encogió de hombros antes de romper una lanza a favor del animal.

—En el fondo se la quiere, hace los días más entretenidos. Pero oye, que si no quieres dormir más, puedes ir a ayudar con los cerdos, por lo que tengo entendido querían cambiar una cosa de la porquera y necesitarán manos.

—Me has convencido, dormiré más —afirmó mientras acariciaba la cintura de Raoul con las yemas de los dedos.

—Me parece fatal que no los quieras a ellos tampoco.

—Huelen tremendamente mal y te miran como si quisieran comerte.

—Eres un exagerado.

—No vas a hacer que cambie de opinión.

—¿Estás seguro? —cuestionó agachándose para hablar sobre sus labios —¿No hay ninguna forma?

—Segurísimo, guapo. Pero si quieres intentarlo... Yo no te voy a frenar.

—Ah no, que tengo que trabajar, no voy a faltar al trabajo con el hijo de mis jefes presente.

—Lo soy sólo cuando te conviene, no te creas que no me doy cuenta.

—Más bien dejas de serlo cuando me conviene. Se siente —continuó hablando mientras bajaba los labios por su cuello en dirección al centro de su pecho—, pero es que yo hay cosas que no hago con mis superiores, así que tendrás que asumir que no lo eres, coste de oportunidad.

—Levántate antes de que no te deje salir de aquí —advirtió en un suspiro al notar un beso húmedo en su estómago.

Raoul volvió a reír, y como le gustaba a Agoney ser el causante de esa risa; pero le hizo caso y se levantó definitivamente, recogiendo su ropa y yendo al baño para adecentarse un poco.

—Necesito que me dejes algo tuyo, no voy a ir a trabajar en camisa, que no soy como otros.

—No voy a responder a eso —dijo alzando la barbilla y sentándose para llegar a sus propios pantalones—. Vístete rápido que al final sí que vas a llegar tarde y no por mi culpa.

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