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El techo


Miércoles.

Los ensayos con Zack eran cada vez más aburridos. El solo se paraba frente a mí y mirarme durante la hora acordada. El no tocaba el piano, no lo hacía en ningún momento. Se sentó junto a mí una o dos veces y esas fueron muchas, a pesar de su mala manera de enseñar en agarrado rápido el tema que tocara en el show, el me ayudo a elegirlo.

— ¿Ya tienes pareja para el baile de máscaras? —le pregunto a Zack ignorándome que me decía que tenía que conformarme con lo que él me estaba enseñando.

—Concéntrate, Mura.

— ¿Tienes o no?

— ¡No! —Hago un puchero—. Ahora concéntrate.

Comienzo a tocar la pieza de nuevo guiándome por la partitura que esta sobre el atril aun sin sacarme la idea de la cabeza.

— ¿Por qué?

—Porque esto es nota para el show del tío Alfred...

—Me refiero, el por qué no tienes pareja—me levanto para mirarlo mejor.

—Mura. Siéntate y continuemos con el ensayo.

—Ya llevamos una hora en esto, merezco un descanso y una limonada—me hago una coleta alta, la calefacción debe estar alta y tengo un poco de calor.

—Uhm—me pasa las manos por la cara estresado—. Has interrumpido la clase como cinco veces.

— ¡Me duele mi espalda! —me quejo. Él se acerca con notaria preocupación.

—Debe de ser el banco, Truénate la espalada.

—Eso debe doler, que tal quede invalida, no mejor me acuesto un rato...

—En mi cama n...

Y me tire de cabeza a su suave colchón. Y mi cuerpo lo agradeció, no había dormido bien la noche anterior por quedarme hasta tarde eligiendo lo del baile de máscaras para el viernes.

Ahora estoy boca arriba mirando el techo de la habitación del rubio y noto una que otra pegatina en forma de estrella.

— ¿Brillan? —él pone su mirada en donde está la mía y lo escucho reír suavemente.

—Si. Las puso mama cuando era pequeño.

No quiero preguntarle nada de su madre para no ponerlo incómodo.

—Apaga la luz.

— ¿Para qué? —veo que se quita sus zapatos y mi pulso se acelera.

—Para verlas brillar, debe de ser relajante, por algo aún siguen aquí—él me sonríe y apaga la luz—. Acuéstate a mi lado.

—No. Debemos continuar con el ensayo.

Vuelve a prender la luz.

—Deberías estar en un asilo. Pareces un viejito amargado.

Tuerce los ojos y vuelve apagar la luz.

—Solo unos minutos.

—Sí, sí.

La habitación se oscurece y siento el peso del rubio junto a mí. Estamos ahora a escasos centímetros, siento como su cuerpo crea olas de calor que chocan con el mí haciéndome tomar tanto aire para no arruinar el momento.

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